Normalmente, y con razón, se piensa de los canadienses como corteses, relajados y tolerantes. O como dicen algunos, "gringos con buenos modales".
Pero es hasta que "les llenan el hígado de piedritas", como ha hecho el presidente Donald Trump con su pretensión de "hacer de Canadá el estado 51" de la Unión Americana.
La reacción ha sido una expresión de nacionalismo rara vez vista en Canadá y por ende tanto más sorprendente. De hecho, no se recuerda nada parecido en los últimos 30 años, desde parodias del Himno del Cuerpo de Marines y cantos masivos del himno nacional, "Oh, Canadá", hasta suficientes cancelaciones de viajes que llevan a algunas líneas aéreas a hablar de reducir sus vuelos hacia Estados Unidos. Y eso en un país y una temporada cuando los vacacionistas buscan regiones soleadas, como Florida o Arizona.
La consideración es importante. Hasta ahora, los canadienses creían tener una relación especial con Estados Unidos y de hecho, bien podría decirse que la han tenido: son copartícipes en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y en el Comando Aéreo de Defensa Noreamericano (NORAD), son y han sido aliados en conflictos alrededor del mundo, han tomado riesgos por ayudarles, como cuando su embajada en Teherán ocultó a diplomáticos estadounidenses que pudieron evadir la toma de la embajada de su país en la capital iraní en 1979, se solidarizaron abiertamente con ellos tras los ataques terroristas del once de septiembre de 2001.
Como México, Canadá tiene un abrumador comercio bilateral con Estados Unidos y la influencia cultural estadounidense es enorme: más del 75 por ciento de la población canadiense vive en una franja de 250 kilómetros a lo largo de la frontera entre los dos países y es probable que las provincias canadienses tengan un comercio más activo con los estados al sur de la frontera que con sus similares al este o al oeste.
Pero con todo son distintos, y orgullosos de ser canadienses. Pueden estar descontentos con su gobierno, pero a gusto con su sistema parlamentario, su sistema de salud y sí, sus políticas de Diversidad, Equidad e Inclusividad. Para ellos, ser un estado estadounidense acarrearía más desventajas que ventajas.
Menos de 20 por ciento de los canadienses dio algún tipo de bienvenida a las expresiones de Trump, que de hecho fortalecieron la situación de un partido liberal que hace tres meses parecía al borde del precipicio electoral.
Para los canadienses, la idea-¿ultimátum? de Trump no es más que un intento de apoderarse de los recursos naturales de Canadá en beneficio de empresarios estadounidenses y en detrimento de los canadienses en general.
Habría que recordar que Canadá se formó con base en los colonos que permanecieron leales a la Corona británica tras la Independencia de los Estados Unidos en 1783. Ya tienen un rey figurativo, lejano, y no desean cambiarlo por uno real, cercano.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
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