La inmediatez en la que vivimos en estos tiempos nos hace proclives a la impaciencia. Si nuestro servicio de ‘Uber’ demora cinco minutos, si la computadora ‘piensa’ unos segundos más, si el mesero no nos atiende de inmediato, perdemos la capacidad de esperar, olvidamos los buenos modales, desesperamos.
La desesperanza es un signo de nuestros tiempos. Hoy en día queremos todo ‘aquí y ahora’ y, al no obtenerlo, consideramos que nunca llegará. Así en los detalles cotidianos como en los grandes acontecimientos, tenemos sin embargo la posibilidad de recobrar la paciencia y reavivar la esperanza de que llegará lo que deseamos.
Este año 2025 se ha convocado por la Iglesia católica al Jubileo de la Esperanza, para infundir aliento a todos los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad, y convertirnos en ‘peregrinos de la esperanza’, para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia del mundo.
El Jubileo es una conmemoración de larguísima tradición cristiana, convocado cada 25 años. Es ocasión de reconciliación y gracia, y decisión de ser testigos de esperanza en el mundo, a través de los ‘signos de esperanza’ que podemos llevar a los demás.
El Papa Francisco, en la Bula de convocación para el Jubileo Ordinario 2025, titulada ‘Spes nos confundit’ (1) -La esperanza no defrauda- nos invita a llevar a cabo una ‘alianza social para la esperanza’, a través de iniciativas que devuelvan la esperanza a quienes la han perdido.
El Jubileo 2025 inició con la apertura de la puerta santa de la Basílica de San Pedro el 24 de diciembre de 2024. Las catedrales del mundo abrieron su puerta santa el 29 de diciembre, y permanecerán abiertas durante todo este año, para que las crucemos los ‘peregrinos de la esperanza’.
El primer signo de esperanza que el Papa implora es un esfuerzo especial para lograr la paz, a través del ejercicio de la diplomacia y la negociación. Menciona también el temor prevaleciente hacia la transmisión de la vida por miedo al futuro, y pide una reflexión seria sobre el peligro del grave descenso de la natalidad.
Habla el Papa de la importancia de llevar esperanza a los enfermos, los ancianos, los presos, los migrantes y los pobres. Habla asimismo de lo que ha sido su preocupación constante, la destrucción de los bienes de la tierra.
Los jóvenes ocupan un lugar especial en el llamado del Papa a reavivar la esperanza, puesto que en su entusiasmo por la vida se fundamenta el porvenir, y constituyen la alegría de la Iglesia y del mundo. Los riesgos de la delincuencia y las drogas pueden ensombrecer la posibilidad de futuro de muchos. Debemos ser signo de esperanza para los jóvenes.
La Iglesia nos invita este año a llevar signos de esperanza al mundo, a nuestro entorno familiar, comunitario, laboral. Los peregrinos de la esperanza somos todos los que confiamos, los que no desesperamos, los que perseveramos, porque sabemos que la esperanza no defrauda.
POR CECILIA ROMERO CASTILLO
COLABORADORA
@CECILIAROMEROC
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