Los mexicanos estamos acostumbrados a las crisis sexenales, al final de cada gobierno siempre hay algo que se descompone, algún error que los mandatarios salientes ya no quieren enmendar y lo heredan a sus sucesores. Si bien es cierto que las peores crisis las vivimos con el priismo totalitario, los gobiernos de la alternancia tampoco han estado exentos de la misma circunstancia. Parece una maldición para los mexicanos cambiar de presidente.
Con el fin de mantener su popularidad y estar en buenas condiciones para enfrentar la elección presidencial, los mandatarios evaden abordar temas de gran complejidad durante el último año de su gobierno. Su prioridad es influir en la designación de sus sucesores, por eso están dispuestos a cambiar lo redituable por lo urgente. No les preocupan los inconvenientes que puedan dejar a los nuevos presidentes, su ayuda lleva implícito un pacto de reciprocidad.
Las crisis sexenales son la consecuencia de postergar soluciones efectivas a los problemas nacionales, el acto de gobernar puede ser sumamente impopular y casi nadie está dispuesto a asumir las consecuencias. El tratar de crear realidades paralelas con la esperanza de que la ilusión sea eterna, tarde o temprano nos enfrenta a verdades dolorosas, así como con las que hemos lidiado los mexicanos en cada cambio de gobierno.
A solo un día de iniciar el nuevo sexenio, el país no se cae a pedazos ni hay una grave crisis económica, pero solo los ilusos se obstinan en creer que este es el final añorado por el presidente más popular de nuestros tiempos. Hay tres temas que se han salido del guión cuidadosamente construido durante los últimos seis años: la respuesta de los trabajadores del Poder Judicial ante la reforma; las consecuencias de la detención del Mayo Zambada, y los daños de John en Acapulco.
Se esperaba resistencia a la reforma del Poder Judicial pero no de la manera en que se ha dado. El oficialismo preveía que serían las marchas de siempre convocadas por la oposición, pero los espontáneos que recientemente han estado dispuestos a increpar al Presidente, aún a costa de su seguridad, rompen el discurso de que es un movimiento de “fifís”. No será suficiente para echar atrás la reforma, pero puede serlo para desgastar la figura presidencial.
Tal vez el tema que más consterna al todavía Presidente es la detención de “El Mayo” Zambada, al punto de decir que fue un error del gobierno de Estados Unidos y achacarles a ellos la responsabilidad por la violencia que se vive en Sinaloa. En los últimos días de su gobierno, el Presidente luce incapaz de controlar a los delincuentes, lo que puede derivar en una crisis de seguridad sin precedentes. Nos guste o no, a los criminales hay que combatirlos.
Por último, el huracán John está dejando al descubierto una realidad insoslayable: la escasa capacidad del gobierno para hacerle frente a una emergencia. Existen serias dudas de la forma en que se ha venido manejando el presupuesto público, y si en algo puede notarse la escasez de recursos humanos y económicos, es en la forma en que se atiende una tragedia. Si la naturaleza sigue golpeando con fuerza, estamos en la antesala de una situación muy complicada.
A pesar de lo complicado que luce el panorama, existe confianza en el nuevo gobierno de la doctora Sheinbaum. Su capacidad para resolver problemas, es la única manera en que podrá ahuyentar a los fantasmas de una nueva crisis sexenal.
POR HÉCTOR SERRANO AZAMAR
COLABORADOR
@HSERRANOAZAMAR
MAAZ