La Manigua

La justicia en América Latina, en la tierra firme, en el nuevo mundo

Las leyes del poder son propias de las comunidades que se organizan y comparten el territorio y el lenguaje, ese es el origen innegable

La justicia en América Latina, en la tierra firme, en el nuevo mundo
María Cecilia Ghersi / La Manigua / Opinión El Heraldo de México Foto: Heraldo de México

América Latina avanzó entre los continentes como si fuera adoptada, aunque nunca niega ni esconde sus raíces desde los grandes sistemas de organización que la erigieron, mucho antes de “su descubrimiento”,  en ese tan nombrado octubre es donde se suele desdibujar su historia, su lengua, su cultura y su jerarquía social. Esa civilización “nueva” ligada solo a la conquista y la cristianidad ha limitado la forma de respetar su cosmovisión que hoy permanece en nuestras identidades. Las leyes del poder son propias de las comunidades que se organizan y comparten el territorio y el lenguaje, ese es el origen innegable. Las luchas, guerras y masacres no empezaron con el idioma español, solo diferenciaron las formas de pelear el espacio que correspondía a nuevos intereses con los que combatir y así transitar las pugnas naturales entre esas mismas comunidades. 

Las jerarquías existían en el orden que las comunidades pactaron, el carácter mesiánico de los líderes y los conocimientos y entrenamientos de los que hoy llamamos tropas militares, tenían ya la fuerza de ese carácter que la lucha de clases y castas obliga a las culturas que luchan en desigualdad de condiciones. Hay mucha historia, pero la de los orígenes de nuestro continente apunta a que toda ella, si no llega al lugar de inicio quizás se torna cíclica y muchas veces se muerde la cola.

El español, que brindó otro tipo de comunicación y cohesión social fue un arma política para el logro de objetivos precisos también de opresión. Nadie niega las ventajas de esta unificación, y claro que fue un enorme cambio en la lógica y la narrativa íntima que devino con las gestas de independencia, pero se creó el llamado nuevo mundo jurídico e institucional del poder  hasta el presente y que aún enuncian en el mundo de las metáforas con una palabra encantadora, “autonomía”. ¿Autonomía de quién?. 

Al mismo tiempo y en todas las transiciones importantes, negar los orígenes es una constante y lo políticamente aprendido y reciclado por siglos no ha dado los resultados de aquella gran gesta por la igualdad de los pueblos.  Tan solo se han logrado algunas transformaciones del poder dentro del sistema y aquel español, aunque no lo palpemos, nació y creció racista y ha pasado por tantas guerras y ha aguantado tanto que se ha desgastado en la misma dimensión que el continente ha sido estudiado, repudiado, victimizado y excusado a través de las actividades económicas, desde el capitalismo que lo bordea a pesar de históricas revoluciones hasta levantamientos nutridos con la fuerza inagotable de nuestros protagonistas, los del origen.

Ya en el siglo pasado, Latinoamérica reabrió cambios sociales y políticos de envergadura, con una creciente vinculación al mercado mundial, el incremento poblacional en las zonas urbanas y la trascendencia de los sectores medios inmiscuidos en el desarrollo de una nueva clase obrera que representó lo que antes otros respaldaban en otras palabras.  El socialismo alertó las conciencias y los grupos intelectuales influyeron para tomar a la democracia como otra forma de organización, la de los partidos, la del poder, la misma de antes, con un disimulado racismo o clasismo que re fragmentaría luego las exclamadas igualdades por las que decían luchar.

Aquella polarización que América Latina debatía en las carreteras por la lucha de las tierras  y las aguas que mil veces  prometieron  devolver con reformas agrarias, es hoy en día el argumento institucional que se sostiene, no sólo entre las siempre clases privilegiadas, sino en unas nuevas, que ostentan aquel poder que sabemos,  pertenecen a las pugnas naturales de las  comunidades que también escalaron por encima de los más necesitados.

Nuestra historia latina hoy le sigue rezando al maíz, a la tierra, al sol, a la lluvia, a los Dioses y en el sonido de la tambora desahoga las penas de todos aquellos que en el color de su piel, creencias ancestrales y milenarias a pesar de sus  largas  transformaciones solo   obtienen en “el cambio” una precaria economía y justicia social. Liberales y conservadores por igual, el día de hoy, hablan por nuestros predecesores y los usan para ganar esas elecciones que los pone como conquistadores entre el dislate ideológico  y ético que se acentúa desde la nada.

Lo cierto es que Las Indias, lo indio, lo nativo, lo original, la tierra firme, solo es una botana del poder en cuestión para seguir imitando un sueño de  autonomía que tiene a nuestra verdadera Patria, como le llaman, en una esclavitud nueva, sobre una tierra que sigue sin pertenecerles y unas conquistas que nunca les toca vivir ni en lo jurídico, ni en lo institucional, ni en lo político, ni corresponde a los artesanos, ni a los pueblos,  ni a su música, ni a sus manos sembradoras y creadoras. Solo les usan como anuncio de una cultura que el poder jamás suele apreciar más que para campañas de turismo y recreaciones de mundos superiores que quieren olvidar y vender, por poco, poquito.

La justicia y las instituciones a los creadores de América Latina, les quedan muy lejos.

POR MARÍA CECILIA GHERSI PICÓN. 

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