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México: El peso del pasado

“La situación actual es producto de una gran ofensiva de la clase política contra el Estado”

México: El peso del pasado
Carlos Bravo Regidor / Radar de libros / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Fernando Escalante Gonzalbo (Ciudad de México, 1962) ha escrito un ensayo de ensayos que nos ahorra las distracciones de la coyuntura y ofrece una interpretación muy original y sustantiva del presente mexicano. La premisa de su libro México: el peso del pasado (Cal y Arena, 2023) es algo así como lo siguiente: lo que creemos que sabemos nos estorba para entender lo que está pasando. Lo resume en el prólogo Héctor Aguilar Camín, “tenemos demasiadas respuestas, nos faltan preguntas”.

Escalante propone pensar México no tanto en términos de la relación Estado/sociedad, sino de la relación inversamente proporcional entre el poder del Estado (entendido como Estado-de-Derecho) y el de la clase política. A la luz de ese planteamiento, el sistema político mexicano (tanto el de antes como el de ahora) adquiere una fisonomía muy distinta, donde lo fundamental no son el presidente ni el pueblo, son los grados de control o autonomía de tres ámbitos clave para la gobernabilidad (sea autoritaria o democrática): las elecciones, la justicia y la economía.

El régimen posrevolucionario procuraba control y tuvo más o menos éxito, sobre todo durante su gestación (ca. 1929-1957) y su periodo “clásico” (1958-1982), después hizo agua. El régimen de la transición se basaba en el ideal de la autonomía, es decir, en “eliminar mediaciones políticas y crear mecanismos de operación automática”. Tuvo un momento “expansivo” (1988-2006), de mucho cambio cultural y creación de instituciones; y luego otro “recesivo” (2007-2018), que se cansó de acumular decepciones y problemas. El más evidente, la desigualdad; el más grave, la inseguridad.

Pero la violencia no llegó de fuera, se fue volviendo constitutiva de un orden social cuyo vasto sistema de intermediaciones también “transitó” hacia la autonomía. Se colapsaron los viejos arreglos posrevolucionarios, pero subsistió la necesidad de negociar cotidianamente lo legal y lo ilegal. El resultado fue que el recurso a la violencia se volvió más importante y también más rentable, “de modo que no es el crimen el que ha invadido o contaminado a la sociedad, sino que es la sociedad la que de varias maneras ha incorporado al crimen”.

Con todo, la crisis del régimen de la transición no fue el inicio de la militarización sino el fin del “paréntesis civilista” (de mediados del siglo XX a principios del XXI), cuando las Fuerzas Armadas abandonaron el protagonismo que siempre habían desempeñado a lo largo de la historia mexicana. Poco a poco, cada vez menos discretamente, han vuelto a ser el actor fundamental en la gestión del territorio: no acaban con la inseguridad, pero mandan sobre multitud de áreas estratégicas, ejercen funciones de las autoridades civiles, en fin, la suya es “una concentración de poder que sólo tiene un ejército de ocupación”.

Todo ello, al final, desemboca en un presente desprovisto de motivos ni para el más tímido optimismo. “La situación actual”, remata Escalante, “es producto de una gran ofensiva de la clase política contra el Estado”.

POR CARLOS BRAVO REGIDOR

COLABORADOR

@CARLOSBRAVOREG

MAAZ

 

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