Y lo volvió a hacer. Me refiero al gran amigo de López Obrador, Nicolás Maduro. El libreto es de machote; cartabón por todos conocido: unas elecciones de Estado y, si esto no funciona, el fraude electoral.
El presidente de Venezuela, encima de dictador, juega a hacerse la víctima sin aportar, desde luego, ni una sola prueba acerca de sus supuestos atacantes. A la oposición la dibuja de enemiga a la nación, lo que a su vez lo “justifica” para deslegitimizarlos y hasta perseguirlos.
En menos de 24 horas ya se le otorgó la constancia que lo acredita como ganador de la contienda presidencial y en ese mismo lapso de tiempo ya declaró que la oposición, junto con los países que han denunciado un fraude desde el gobierno, son traidores y que intentaban “un golpe de Estado de naturaleza fascista y contrarrevolucionaria… Ya conocemos esta película, y esta vez no habrá ningún tipo de debilidad…” (sic). De hecho, ya los mandó sacar de territorio nacional.
La oposición venezolana, por su parte, desconoció los resultados oficiales de la autoridad electoral y proclamó que Edmundo González Urrutia ganó los comicios presidenciales.
25 años en que más del 82% de los venezolanos vive en pobreza (un 53% en pobreza extrema, esto es, con ingresos insuficientes para acceder a la canasta básica). Un cuarto de siglo de haber quebrado la empresa petrolera que daba los mayores beneficios a nivel mundial. Pero eso no le es suficiente. Insiste en continuar destrozando al país de Simón Bolívar. Claro, el régimen en aquella nación argumenta que esos no son datos oficiales. El asunto es que datos oficiales ya no existen; los que hay los calculan expertos de Naciones Unidas dedicados a combatir el hambre y la desnutrición.
Pero aunque las autoridades venezolanas digan lo contrario, la pobreza se percibe; casi tanto como la vida de capitalistas que algunos se dan pero que a su vez tanto critican.
Ayer en Venezuela hubo dos posibilidades: soltar el poder o no querer hacerlo; porque, en cuanto a votos se refiere, la oposición tuvo mayoría. Maduro optó por lo segundo. Por la trampa que ya se dibujaba por parte de un régimen autoritario que no permitió la entrada a diversos observadores internacionales. Los salvoconductos fueron seleccionados desde presidencia y solo se les permitió asomarse a quienes observarían los comicios de forma favorable al oficialismo.
Primera lección —que no por conocida debe dejar de subrayarse—: para los gobiernos autocráticos es relativamente sencillo llegar al poder; quitarlos es lo que resulta complicado.
Segunda lección: la comunidad internacional, la respetable ciertamente, debe exigir rendición de cuentas. Cuando las tendencias no son las que marcaban las encuestas, con mayor razón. Eso encarece y hace más difícil que el oficialismo se salga con la suya.
Antony Blinken, jefe de la diplomacia estadounidense, solicitó un recuento “justo y transparente” de los votos de las elecciones en Venezuela; Gabriel Boric, presidente de Chile, puso en duda los resultados al decir: “son difíciles de creer; no reconoceremos ningún resultado que no sea verificable”.
¿Eso sería suficiente para desconocer los resultados y sacar al régimen del poder? Casi con seguridad no, pero ello aunado a la presión ciudadana podría ser distinto. Y sí, los venezolanos se están levantando. Al momento que esto escribo se desarrollan cientos de protestas en contra de la cuestionada reelección de Maduro, algunas masivas. Esperamos sean suficientes para hacer inevitable la salida del tirano. Pero deberán de adquirir ímpetu, pues de lo contrario con seguridad serán aplastadas violentamente por el ejército.
Desafortunadamente, la falta de exigencia de transparencia a la autoridad electoral venezolana por países como el nuestro abona a que la represión contra la oposición sea más cruenta y efectiva. Ese es el daño que indirectamente le podría estar asestando el gobierno de México a la población venezolana.
25 años después de que Chávez ganó, Maduro su heredero político se niega a soltar el poder, se reúsa a acatar la voluntad ciudadana y, manejando al árbitro electoral, dice haber ganado.
Venezuela se merece una democracia plena. Esperemos que impere esta y que a los venezolanos no se les arrebaten ni su decisión ni sus votos.
POR VERÓNICA MALO GUZMÁN
COLABORADORA
EEZ