Columna Invitada

Gabriel Macotela y la algarabía por sus primeras siete décadas

Pudoroso y atrevido, discreto y libertino, este genial e incansable creador de utopías, pero también de pesadillas, atesora siete décadas de existencia

Gabriel Macotela y la algarabía por sus primeras siete décadas
Luis Ignacio Sáinz / Colaborador / Opinión El Heraldo de México Foto: Foto: Especial

Gabriel Macotela se muestra al ocultarse o, al revés, se oculta al mostrarse, en ambos casos al ritmo de sus mutaciones. Toda su obra, desde la pieza ínfima hasta la obra descomunal, refiere al espacio. Uno que se mueve en direcciones encontradas: hacia fuera, convirtiéndose en paisaje y sus marcadores, obeliscos, columnas y estelas que se mimetizan con crómlech, dólmenes y menhires; hacia dentro, transformándose en una cueva paleolítica que aloja arte rupestre aprovechándose de los accidentes geológicos, pero también alude a la expansión escultórica, suerte de quiste estético, propia de la poética dadaísta de intervención-ocupación del territorio construido. 

Pudoroso y atrevido, discreto y libertino, este genial e incansable creador de utopías, pero también de pesadillas, atesora siete décadas de existencia. Y lo celebra de la única manera que conoce: creando lo propio y devorando las composiciones de los maestros intocables. Recurre a una geografía habitada por rarezas, alojamiento de lo insólito, bóveda de testimonios amorosos, cartapacio de denuncias de la destrucción y el abuso de seres vivos, humanos y no tanto, de la naturaleza y el patrimonio; su entorno deviene una guarida poblada por libros de artista, estampas y dibujos, fotografías, poemas, collage, cerámicas, objets trouvès, memorabilia (recuerdos y souvenirs), esculturas, juguetes, maquetas, cuadros... 

Imposible clonar semejante desvarío de objetos, sensaciones y percepciones. Empero, contra todo pronóstico, el Seminario de Cultura Mexicana lo ha logrado gracias a la imaginación ilustrada de Felipe Leal y la asistencia del mismo festejado. Torrente de composiciones, caudal de iniciativas, avalancha de ensamblajes, técnicas mixtas y un sinfín de desvaríos y hasta de quincallería. Todo aquello que es, manifestaciones varias del ser allí, atrapa su atención, lo seduce; acepta el cortejo, se somete a la lógica del intercambio simbólico y ex nihilo brotan sus partos, a veces naturales, en ocasiones por cesárea con todo y fórceps; inducidos por la música y los sonidos, inspirados por su mirada curiosa e inquisitorial a lo que los otros hacen desde siempre, hoy mismo y planteándole cara al tiempo oportuno, ese que regatea su aparición. 

Gabriel Macotela desdeña la molicie como escenario de la creación, mantiene sus reservas sobre las bondades del equilibrio y la paz. A contracorriente se identifica con el barullo y la algarabía, la batahola y el jolgorio, la barahúnda y la algarada. Huye del silencio, se entrega a los síntomas del movimiento y sus croares. Inclusive sus reflexiones se ciñen a la pérdida del orden de un sistema o estructura, son al igual que sus razones prácticas una tendencia al extravío. Arte de la entropía, el grado de incertidumbre propio de la fantasía de un forjador que se prodiga, sin favoritismo, entre los onirismos y sus alucinaciones o las realidades y sus evidencias. 

Así son las mutaciones de Gabriel Macotela en comunión con la reflexión doliente de Franz Kafka: “Vivimos en una era tan poseída por los demonios, que pronto solo podremos hacer el bien y la justicia en el más profundo secreto, como si fuera un crimen”. Y ello ilumina el rostro del compositor de utopías visuales, táctiles y también acústicas, cuando arremete contra su batería extirpando los dolores del corazón y del planeta, desbrozando selvas urbanas, paisajes nocturnos, naturalezas muertas. Cada momento creativo y su acumulación expresan ideas sensibles, emociones inteligentes, sobre las circunstancias y sus actores: los territorios de la existencia y sus invisibles protagonistas, siempre aludidos, los seres humanos que brillan por su ausencia. Alabemos la algarabía por sus primeras siete décadas.

POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
SAINZCHAVEZL@GMAIL.COM 

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