Cuando, en 1963, Kenya obtuvo su independencia, ésta no significó nada para millones de kenyanos: siguieron siendo despojados de sus tierras por aquellos que pretendían utilizarlas para sembrar té, café y tabaco. La diferencia era que, ahora, las ganancias no iban a parar al bolsillo de los colonizadores sino al de las élites nacionales.
Esto preocupó a Wangari Maathai (1940-2011), directora del Departamento de Anatomía Veterinaria en Kenya, una mujer que, a base de esfuerzos y estudio, había obtenido una maestría en EUA y acababa de conseguir un doctorado en la Universidad de Nairobi.
Siempre inquieta, siempre rebelde, decidió que de nada le servía ser la primera mujer doctorada en su país, de nada la vida académica, si esto no se traducía en beneficios para su gente. La extrema pobreza y la discriminación que, en particular, sufrían las mujeres exigía respuestas contundentes.
Fue así que inició ejercicios para enseñarles a plantar y cultivar árboles que les proporcionaran frutas para alimentarse y madera para construir sus casas. Pero el ejercicio fue adquiriendo dimensiones cada vez mayores, hasta que devino en el movimiento Cinturón Verde que, con el tiempo, se replicó en Tanzania, Etiopía, Zimbabwe y otros países: reforestar África era rescatarla de la pobreza y la explotación.
Con energía descomunal, visitó centenares de aldeas, publicó artículos y se entrevistó con cuánto político pudo para concientizarlo acerca de lo importante que resultaba frenar el deterioro ambiental. Esto no sólo contribuiría a conservar el medio ambiente sino a dar trabajo a las mujeres. La independencia implicaba mejorar la vida de la gente.
Miles de mujeres comenzaron a seguirla y a recuperar sus tierras, lo cual alarmó a los terratenientes, quienes lograron que la activista fuera a dar a prisión. Eso le daría un escarmiento. Pero, al salir, ella se reincorporó a su lucha con renovados bríos.
Las multitudinarias manifestaciones que orquestó para oponerse a que el dictador Daniel Arap Moi se apoderara del parque Uhuru y del bosque de Karura provocaron que se le encarcelara de nuevo. Pero su movimiento ya era incontenible. El que cayó fue el dictador. El nuevo presidente comprendió que era mejor tener a esta aguerrida mujer a su lado y no sólo la incorporó al gobierno sino que la impulsó para que formara parte del parlamento.
Desde aquí, ella continuó vinculando ecología, biodiversidad y política. “A la democracia hay que cultivarla al igual que a los árboles”, repetía. Fundó un partido político; emprendió campañas para apoyar las metas de la ONU e inició una para combatir la ignorancia que había permitido que el VIH arraigara en África. Su permanente sonrisa no debía confundir a nadie: Wangari Maathai era implacable.
Conocida como Mama Miti (madre de los árboles), en 2004 recibió el Premio Nobel de la Paz. A su muerte, se habían sembrado millones de árboles, había más de 4 mil viveros… y muchísimos empleos para las mujeres.
POR GERARDO LAVEAGA
PROFESOR EN EL DEPARTAMENTO DE DERECHO DEL ITAM
@GLAVEAGA
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