Vaya por delante que el Doctor Patán celebra como el que más el auge de las bicicletas en la Ciudad de México. Qué bueno que la gente se ahorre embotellamientos, nos ahorre contaminación ambiental y haga un poco de ejercicio, máxime en un país con tanta obesidad, tanta diabetes y etcétera.
Qué bueno, por lo tanto, que hayan empezado a multiplicarse, supongo que no todavía en la medida deseable, los carriles exclusivos para ciclistas, y qué bueno que haya un sistema se renta de bicis en ya varias colonias.
Ahora bien: esos “qué bueno” se convertirían en sonoros “¡extraordinario!” si una cantidad preocupantemente grande de ciclistas no tuvieran la idea de que andar sobre dos ruedas no te exime de cumplir con ciertas normas de, digamos, civilidad, o convivencia, o bueno, de tráfico, para no ir tan lejos.
Vaya, que –voy al punto– el “¡extraordinario!” llegará para quedarse en cuanto se extienda la conciencia de que la bici no te convierte en un ser súper especial que no tiene por qué cumplir con las reglas que someten a los mortales del común.
Antes de que empecemos con el linchamiento, va por delante también que aquí su Doctor está de acuerdo en que los ciclistas son víctimas de la brutalidad, la incivilidad, la barbarie de los automovilistas, camioneros y conductores del transporte público, y que es solidario con sus protestas.
El problema es que, en la cadena alimenticia de la movilidad urbana, los ciclistas han decidido convertirse en los depredadores de la especie más débil, que somos los peatones. Saben de lo que hablo, supongo. Está el que, con la mirada perdida en el horizonte, embiste con la bici el paso peatonal, para que los que vamos a pie nos hagamos a un lado con la veneración que el pueblo llano cedía el paso al carruaje del archiduque.
Está el que se lanza por la banqueta, cómo no. Está el que se salta el semáforo, porque las luces rojas son para los demás. Están los del sentido contrario, que entienden que tu responsabilidad como caminante es voltear a ambos lados de la calle antes de cruzar, como te enseñó tu mamá, para conservar tus costillas.
Están los enviados a la tierra por el dios del cliché: los que no solo van en bici por la banqueta, sino que llevan a un perrito con una larga, muy larga correa que te obliga a saltar o morir, porque, según le dijo a su doctor un hipster de la colonia Roma, el perrito tiene el mismo derecho que tú a caminar por la calle.
La respuesta de que puede ser, pero que eso no incluye el derecho a caminar en TODA la calle, no parece haberlo convencido. Por supuesto, están los de Rappi y anexas, que son los depredadores entre depredadores.
No me lo tomen a mal, se los ruego. Repito: celebro la multiplicación de ciclistas urbanos. Nada más nos falta afinar el detallito de la conciencia de vivir en sociedad.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09
MAAZ