Columna Invitada

La kafkiana popularidad del presidente

El panorama político en México está sumergido en un surrealismo constante y estridente, donde la esquizofrenia colectiva y el absurdo son la regla, no la excepción

La kafkiana popularidad del presidente
José Lafontaine Hamui / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

La palabra "kafkiana" o "kafkiano" significa: “una situación inquietante por su absurdidad o carencia de lógica, que recuerda a la atmósfera de las novelas de Kafka”. Una situación kafkiana es aquella en la que pasa algo ilógico, casi surreal, que debe tener un componente escalofriante. Por ejemplo, la administración del presidente López Obrador y el daño que le ha hecho al país, contrastado con su alta popularidad y aprobación, simplemente se puede describir como kafkiana.

El panorama político en México está sumergido en un surrealismo constante y estridente, donde la esquizofrenia colectiva y el absurdo son la regla, no la excepción. La sensación de vivir en un mundo político distorsionado se ha arraigado en la psique de muchos mexicanos, quienes ven con creciente indignación los actos y dichos del presidente Andrés Manuel López Obrador; sin embargo, sus índices de aprobación nacional “tienen otros datos”.

A pesar de las constantes críticas y el repudio que genera entre ciertos sectores de la población, sorprendentemente, López Obrador mantiene niveles de popularidad entre el 60% y el 65%. Esto deja atónito al que escribe y perplejos a muchos miles de mexicanos, quienes observan los datos y numeralia de este sexenio y se preguntan cómo es posible que dichos datos no sean un referente, los pésimos resultados en rubros como salud pública, economía, democracia, la polarización y división del país, un endeudamiento brutal (sobre todo este último año electoral), la dilapidación del dinero nacional y la quema de los recursos públicos en sus obras insignia. Estas últimas sí son un referente de su gobierno y se parecen mucho a su dueño; son malas, caras, ineficaces e incompetentes. Como leí hace algunas semanas en un editorial: simplemente “Un gobierno de barbaridades” y yo agregaría de ocurrencias y estupidez, que como sabemos, y para nuestro mal, es infinita.

La pregunta es simple: ¿Cómo es posible que López Obrador conserve esa popularidad aparentemente inquebrantable? ¿Qué motiva a una parte significativa de la población a respaldar a un gobernante cuyas acciones han dañado tanto y a tantos?

Al principio, todos creíamos que esos números eran proporcionados por empresas y sectores afines al grupo en el poder, orquestados por el gobierno, maquillados y amañados. Las negábamos al principio por absurdas. Sin embargo, la confirmación de dichos datos por parte de los medios de comunicación de mayor circulación, que han sido críticos del régimen, me obligó, al igual que a muchos otros, a simplemente aceptar la realidad. La verdad es que me cuesta trabajo creerlo aún. La incredulidad dio paso a la consternación, e incluso a un sentimiento de traición por parte de aquellos que lamen la bota que los patea.

La única explicación válida a lo anterior es la demagogia y el populismo tan profundo. Con una facilidad de engañabobos, las mayorías fueron y son manipuladas por promesas vacías y una retórica populista, siempre buen caldo de cultivo en un país donde la ignorancia y el atraso son su moneda y bandera. Esto no es menor, ya que al vivir en una democracia directa y participativa, independientemente de si es o no válido y equitativo que un voto de un indigente cuente igual que el de un empresario que genera millones de empleos y paga enormes cantidades de dinero por impuestos, o un investigador universitario, un médico de urgencias en un hospital, etc., debemos plantearnos la siguiente pregunta: ¿Cómo reconciliar la defensa de la democracia sin decir que la mayoría está equivocada?

Hay otra explicación: la del dinero público dirigido a programas sociales, convertido ideológicamente en el discurso presidencial en dádivas y regalos a los gobernados, que él trata como clientes adictos. Las políticas sociales implementadas por el gobierno encontraron eco en los sectores más vulnerables de la sociedad y encontraron un nicho de mercado, convirtiendo lo que es su obligación en una explotación clientelar, abusando y asustando a muchos de los beneficiarios de estos programas, cuya necesidad es real, y sin estas ayudas gubernamentales que representan la diferencia entre la supervivencia y la desesperación. Los programas sociales, cuya generosidad y obligaciones implícitas nacen de los mexicanos con mejores oportunidades para entregarse a otros con menores oportunidades y circunstancias, no de Morena, ni del presidente, como lo quiere vender. Los programas sociales son pagados por mexicanos ayudando a otros mexicanos, porque esa ayuda se entrega con nuestros impuestos, no sale de la bolsa de Sheinbaum ni de los doscientos pesos que dice únicamente cargar el presidente en la cartera.

Los programas sociales no están a discusión, deben quedarse. No podemos caer en el pragmático neodarwinismo económico, superfluo e inhumano, y considerar estas medidas insignificantes o incluso indignas. A quienes juzgan los programas sociales habría que preguntarles si son necesarios. Para aquellos mexicanos que luchan todos los días por sobrevivir en condiciones precarias, cada apoyo del gobierno es un salvavidas en un mar de dificultades. Si la mayoría de los mexicanos beneficiados por estas políticas representan a la población más necesitada, es fácil comenzar a entender por qué respaldan al gobierno actual. Sin embargo, ahí está el engaño: los programas sociales no son propiedad de un partido, han transitado por tres distintos.

Ahora bien, ya no es tan claro que solo sea demagogia o manipulación el apoyo al presidente, sino que más bien tiene raíces socioeconómicas. La polarización política y la falta de alternativas viables contribuyen a fortalecer su base de apoyo. En un contexto donde la desigualdad y la marginalidad persisten, las promesas de cambio y justicia social no se escuchan más fuerte que la voz del presidente, y las consecuencias de la injusticia y la exclusión solo han servido para mantener su popularidad.

Es importante entender al votar la semana que entra, que la popularidad de López Obrador se da en la perversión del lenguaje al tergiversar la creación y objetivos de los programas sociales, que son muy anteriores a su gobierno. Debemos ir más allá de la superficialidad de la demagogia y reconocer la complejidad de la "Trajicomedia Mexicana" como la llamó José Agustín. El domingo que viene recordemos, antes de votar, que las políticas populistas encuentran eco y se sostienen en aquellos que más necesitan un cambio, aunque no lo vean o sepan, aunque no les cumplan sus promesas, aunque fallen.  Jorge Bucay escribió: “comemos tanta mierda que pensamos que ya es nutritiva”. Esta semana reflexionemos, ayudemos explicando a quien se encuentre a nuestro alrededor, que gane quien gane habrá programas sociales, que nuestro México no está dividido en ricos y pobres, liberales y conservadores, fifís y pueblo bueno. México somos todos los anteriores. Que la elección sirva para integrarnos, no para seguir dividiéndonos como país. Salgamos del absurdo kafkiano en el que nos ha sumergido este gobierno, y si no votas, no te quejes.

POR JOSÉ LAFONTAINE HAMUI

ABOGADO

@JOSE_LAFONTAINE

PAL

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