Escuché las palabras que dijo hace unos días Cayetana Álvarez de Toledo en México y debo decir que me provocan cierta perplejidad las reacciones que provocó entre el oficialismo.
Su conferencia se dejó oír en el contexto del Festival de las Ideas, donde la presentaron como “política, periodista e intelectual”, cosas todas ellas ciertas, para, muy en breve, enunciar algunos de los reconocimientos y premios que ha recibido.
Luego vino la conferencia misma, dirigida a los jóvenes mexicanos, con todas las virtudes que le conocemos como escritora y como la parlamentaria que traía en salsa, por supuesto en España, a la indignidad del independentismo catalán, a la crueldad cobarde y zafia del nacionalismo vasco, a la corrupción bolivariana incrustada en el presupuesto público y desde luego a los socialistas de más o menos nuevo cuño.
¿Qué virtudes? La escritura precisa y elegante; las muchas lecturas, bien digeridas, que no impregnan el discurso de pedanterías; la exposición brillante de las virtudes del liberalismo; la ironía seca, y la determinación de irse a la yugular, sin componendas pero sin estridencias, de los populismos y sus aliados tontos, esos wokeístas que terminan por aplaudirle al caudillo, paradigma granguiñolesco del macho latinoamericano, que los usa mientras le son útiles para luego mandarlos al basurero.
¿Qué no escuchamos ni en la presentación, ni en su conferencia, ni en los muchos comentarios elogiosos que suscitó en las redes? No escuchamos referencias a su condición de “marquesa”: marquesa de Casa Fuerte, para decirlo bien y completo.
Como los complejos de inferioridad te vuelven aburridamente paradójico, las referencias a sus títulos no nos llegaron de “la derecha”, sino, obsesivamente, del oficialismo.
De esa izquierda que a todos sus defectos suma ahora una curiosa fijación nobiliaria, francamente difícil de explicar en un país que hace ya siglos que no tiene ni marqueses, ni duques, ni condes, ni para bien ni para mal.
Dos comentarios para terminar.
El primero: Cayetana Álvarez de Toledo, a diferencia de Epigmenio Ibarra, sí conoce a Valle-Inclán. Escuchen su referencia al esperpento, convertido, hoy, aquí, en forma de gobierno, como bien explica en su conferencia. El más importante: piensen en lo que nos dice sobre el optimismo.
En efecto, los populismos se nutren del pesimismo; de la idea de que los caciques, los padres de pueblos, los hombres providenciales, llegaron para quedarse, y de que nuestro voto en contra es consecuentemente inútil. No lo es, al menos todavía no.
Es posible frenar la militarización, la corruptela, la destrucción de nuestro derecho a elegir a nuestros gobernantes, o sea de la democracia, en las urnas. Vale para México, vale para cualquier sitio.
En fin: bienvenidas las marquesas, sobre todo sin son como esta.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09
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