Columna Invitada

Tiempos modernos…

Vivimos inmersos en el ruido que usurpa el lugar de la razón, del conocimiento; la ignorancia ya no se oculta en las sombras, sino que se exhibe como estandarte, con un desparpajo atemorizante

Tiempos modernos…
Diego Latorre / Columna invitada / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

Estos últimos días hemos sido testigos de lo incomprensible que se ha convertido el mundo, cómo se distorsionan los hechos y lo difícil que resulta tener algo cercano a la verdad; cómo se pontifican principios democráticos al tiempo en que para otros se desvanecen o resultan inexistentes; la ignorancia se ha instalado como método, el miedo como semilla, y la mentira como solución.

Vivimos inmersos en el ruido que usurpa el lugar de la razón, del conocimiento; la ignorancia ya no se oculta en las sombras, sino que se exhibe como estandarte, con un desparpajo atemorizante. En este mundo de bombardeo “informativo”, el conocimiento se ahoga en un océano de trivialidades, y quienes eligen ignorar, en lugar de aprender, celebran su ceguera como un acto de rebeldía: “viva la libertad, carajo”, vocifera Milei. Pero la ignorancia nunca es libertad; es el grillete que aprisiona el pensamiento, que detiene el avance y que destierra la verdad.

Las revoluciones siguientes serán aquellas en las que nos centremos en recuperar el valor del conocimiento, como un acto de resistencia en un tiempo donde lo superficial domina, recordando que cada idea vacía, cada dato manipulado, no solo nos aparta de la realidad, sino que nos despoja de nuestra capacidad de construir un mejor futuro. Solo al recuperar el respeto por la sensatez, podremos romper las cadenas de la ignorancia y esperar un mundo más lúcido y humano.

El odio a los diferentes, los olvidados, los irrelevantes es hoy el grito del miedo; el estruendo que no deja escuchar. Es una fractura que divide a quienes han olvidado que el firmamento es el mismo sobre nuestras cabezas. Ese odio no es fuerza, es debilidad; no es justicia, es abandono de nuestra humanidad.

Despreciar es romper el espejo donde se refleja lo que somos: ¿cómo no condenar el genocidio en Gaza, la guerra en Ucrania, el apartheid en Cisjordania y el castigo colectivo en el Líbano? ¿Cómo olvidar la hambruna en Sudán y Haití? El odio no construye muros, levanta tumbas.

Cuando la mentira resulta la solución es la guerra entonces la opción necesaria e inevitable, es la marca desgraciada del presente global, es la inverosímil respuesta a la alternativa de la paz. Solo con levantar la mirada y tener conciencia, podemos ser testigos de una verdad que lastima, que se profundiza, que ahoga humanidades y que las asesina, de una u otra manera.

En fin, en los tiempos en donde desde el discurso se instala la mentira todos los días, se niega la historia, se reivindican genocidas, se niega la tortura y las desapariciones, y se aloja el desconocimiento que atenta directamente contra la memoria, la verdad y la justicia, la primera resistencia es reconocer, como decía Orson Scott que, “la muerte no es lo peor del mundo. Lo peor del mundo es saber que ocurre algo realmente malo y no hacer nada por miedo".

POR DIEGO LATORRE LÓPEZ
@DIEGOLGPN

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