En una conversación reciente con mi querida colega, la Dra. Ruth Axelrod, intercambiábamos ideas sobre la clínica psicoanalítica. En ese intercambio, ella propuso una perspectiva interesante: romper o dividir la palabra “confusión” para llegar a la pregunta de si lo que experimentamos es en realidad “¿confusión o con-fusión?”. Me pareció interesante seguir pensando desde ese lugar, que me llevó a preguntarme:
¿Se trata de una falta de claridad respecto a lo que sentimos, o es más bien una unión tan intensa con alguien o algo que nuestra identidad se diluye? La diferencia entre estos dos conceptos revela mucho sobre nosotros mismos.
La confusión suele surgir cuando enfrentamos emociones o pensamientos contradictorios. En el análisis, la confusión se manifiesta como una especie de “niebla” mental en la que es difícil distinguir lo propio de lo ajeno, o entender por qué sentimos lo que sentimos. Muchas veces, esta confusión es el resultado de conflictos internos entre el deseo y lo prohibido, entre lo que queremos hacer y lo que creemos que deberíamos hacer. Por ejemplo, podemos experimentar confusión cuando una parte de nosotros desea acercarse a alguien, pero otra parte teme el rechazo. Esta ambivalencia genera un estado de confusión que bloquea la posibilidad de actuar con claridad.
Por otro lado, la fusión se la podemos pensar como una tendencia a unirnos de tal manera a otra persona o situación que perdemos de vista nuestros propios límites. Esto es frecuente en relaciones en las que uno o ambos miembros sienten que no pueden vivir sin el otro, donde la identidad individual queda difuminada en la identidad del vínculo.
La diferencia entre confusión y fusión radica en la percepción de los límites. En la confusión, existe un conflicto no resuelto que nos impide ver con claridad. En cambio, en la fusión, los límites desaparecen, y la otra persona o situación se convierte en una extensión de uno mismo. Ambos estados son mecanismos de defensa que, aunque en momentos pueden brindarnos consuelo, a largo plazo dificultan la construcción de una identidad sólida y autónoma.
En el proceso terapéutico, el psicoanálisis ayuda al paciente a reconocer estas tendencias y a encontrar un balance. Comprender las raíces de nuestra confusión y nuestra propensión a la fusión nos permite construir vínculos más sanos, en los que cada persona conserve su autonomía sin necesidad de “diluirse” en el otro.
En última instancia, el análisis no solo nos ayuda a distinguir entre la confusión y la fusión, sino que nos invita a explorar y habitar esos espacios liminales donde encontramos nuestra verdadera voz. Nos permite salir de los laberintos de la mente y alcanzar una mayor claridad sobre quiénes somos, qué deseamos y cómo nos relacionamos.
La pregunta que queda, entonces, es: ¿cuántas de nuestras relaciones se basan en el reconocimiento mutuo y cuántas en la necesidad inconsciente de llenar un vacío?
POR PABLO DOMÍNGUEZ PERERA
PSICÓLOGO PSICOANALISTA
@PABLODMINGZ
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