La Manigua

El amor después del amor

Una nutrida variedad de sentidos y análisis nos debería hacer ver el antes y el después desde lo aprendido o lo enseñado. Así, interpretaríamos lo que nos queda o nos sobra de mund

El amor después del amor
María Cecilia Ghersi / La Manigua / Opinión El Heraldo de México Foto: Heraldo de México

Todo cambio es abrupto, por muy organizada y preparada que esté la mente para asumirlo, todo nuevo momento supone, un adiós, una bienvenida, dejar atrás todo eso que hacíamos, sentíamos, y las ideas se centran en el principio o el fin de algo. Caminar la etapa del adiós es corromper aquel pensamiento o impresión que los apegos nos generaban, es aniquilar alguna normalidad y llevarla a otro escalón.   El arte supo expresar todo esto en las corrientes que rigen nuestras ideas, el impresionismo con su rebeldía, el cubismo con sus formas, el surrealismo ocupando la mente en sueños, la caricatura sacando de sus límites cualquier forma o precisión sobre algo y las siluetas que apenas dibujan lo que vemos y se asemeja a un lejos, o un cerca que no definen las formas pero si bordea las sensaciones y los límites sobre ellas. Hay algo borroso entre lo vívido y lo que está por vivirse. Así es el cambio, puede sostenerse en cualquier corriente de pensamiento y se disfraza de muchas de ellas para salir a la luz desde nuestras propias leyes y conductas.

Una nutrida variedad de sentidos y análisis nos debería hacer ver el antes y el después desde lo aprendido o lo enseñado. Así, interpretaríamos lo que nos queda o nos sobra de mundo. El duelo es uno de los universos más necesarios que nos toca asumir y las formas de comunicarlo son múltiples. El cambio de ciudad, de trabajo, de familia, de casa de estudios y los otros que devienen de todo eso se viven muchas veces como duelo. El duelo a veces es trágico y muchas otras no, es sublime, es quizás uno de los sentimientos más complejos por los que pasa el ser humano pero la modernidad  que es hoy presente y más futuro, nos hace ver todos los cambios de una manera en la que no da tiempo de sentir y digerir lo que está pasando. No hay una nueva vida sin la muerte de algo.

Un apuro, una prisa nos obliga a asumir la carga del mundo como si no hubiera tiempo para analizar, el arte se desvanece, las corrientes que nos rigen se difuminan y lo que queda es comparar rápidamente el antes y el después en medio de un remolino de sensaciones que no nos deja definir lo que realmente está pasando. Asumir, dar la factura, firmar de recibido, punto, así es, siempre hacia adelante. Armonizar el antes con el después, vivir la transición en estos tiempos parece un sin sentido. 

Las ondas expansivas de la comunicación desde su exigencia digital y la propia exigencia del tiempo con el que corre aceleradamente el mundo, oculta así de rápido las percepciones sobre un hecho o una situación que quisiéramos percibir en un orden menos genérico y menos pautado por la actualidad y su marea acumulativa de dimes, saberes y mentiras. Lo que más aplicaciones ocupa y lo que más espacio abarca en las redes se hace tema, lo que se complemente en lo orgánico es el argumento, lo que más círculos logra dar en menos tiempo es la verdad y es así como el cambio, lejos del análisis, lejos de ser una nueva oportunidad y de articularse en presente, se convierte en la consecuencia de todo esto, en el efecto, en la reacción inmediata, en la respuesta sin la pregunta.

Una nueva casa, un piano más pequeño, un jardín con menos árboles, una terraza perfecta, un edificio con nuevos colores, un gran libro que se acaba de escribir, una nueva Presidenta, un nuevo régimen, nuevas reformas, nuevas personas en los cargos, nuevos formatos de entrega, nuevas palabras, nuevas frases, nuevas maneras de expresar las urgencias, de comunicar lo acostumbrado, nuevos  tonos, nuevas posiciones, nuevas vidas dentro de la vida, nuevas calles, nuevos caminos, cobran el prestigio de la nada ante  la necesidad de respuesta inmediata, de cordura nueva que no es la vieja, no debe serlo. Qué sentir, qué pensar, qué argumentar, es por esto que todo cambio no es nuevo y es por esto que la idea o persona que se fue o que llegó no es más que un recurso para comunicar algo, para mostrar, lo que sea,  para quienes opinan, para quienes derriban la verdad más preciosa que aprendí hace una semana, y es que hay amor después del amor, solo hay que verlo, sentirlo, procesarlo, ocuparlo, vivirlo, pensarlo, respirarlo. Hay vida después de la vida, hay arte después del dibujo, hay política después del adiós, hay textos nuevos después del escrito, hay nuevos caminos después de aquel puente y hay tiempo para que todo esto suceda y no sea  solo una caricatura a la que se le impida hacerle un futuro. Uno nuevo.

Hay amor después del amor.

Para Micaela, mi niña, mi puente.

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