Termina, queridos lectores, el sexenio más disruptivo, de mayores cambios, del que yo tenga memoria. Para bien o para mal, AMLO cumplió con sus promesas transformadoras.
La política social es el ejemplo más evidente y donde mejores resultados puede mostrar. El cambio de programas sociales a transferencias directas es cualquier cosa menos de izquierda (de hecho es una fórmula utilizada originalmente por Reagan y Thatcher), pero funcionó: nueve y medio millones de personas salieron de la pobreza para entrar, si ustedes quieren, a los más exiguos niveles de la clase media. No es cosa menor en un país en que la movilidad social ha sido un sueño inalcanzable para muchos.
La disminución de la pobreza tiene necesariamente que verse en el contexto de la mayor crisis económica y de salud pública de tiempos modernos, pero también en el de el mayor deterioro de servicios públicos y de salud.
Es ahí donde deja López Obrador un enorme pasivo: decisiones apresuradas y mal consideradas afectaron desde antes de la pandemia, el abasto y suministro de medicamentos.
En lo económico tenemos un saldo mixto. Por un lado estabilidad macroeconómica, inflación dentro de márgenes aceptables, un aumento muy significativo del déficit y de la deuda pública en el último año y medio del sexenio. Cifras positivas de inversión, si bien algunos insisten en señalar que se trata de reinversión de utilidades, pero inversión al fin. El crecimiento del PIB, el más bajo desde tiempos de Miguel de la Madrid, produjo un descenso neto del per cápita, y no alcanza la pandemia para explicarlo.
El de la violencia criminal y, sobre todo, de la expansión del control territorial de los múltiples carteles que hoy pululan en el país, es otro gran fracaso. Sí, fracaso, porque queda demás, la sensación frustrante, desesperanzadora, de que no importa la estrategia, la ideología, o el gobierno en turno: son con este ya tres sexenios acumulados de poder creciente de los cárteles y de impotencia de los tres niveles de gobierno para frenarlos.
López Obrador se despide con niveles de aprobación altísimos, es indudablemente un fenómeno político y de comunicación de masas. Treinta años de actividad/activismo deberían ayudar a entender cómo y por qué es que conecta tan bien con el grueso de la población, y tal vez también el nivel casi patológico de repudio que le provoca a ciertos sectores, sobre todo de clase media alta para arriba.
Los gobernantes deben ser medidos por sus resultados, por su aceptación y también por el nivel de sus contrincantes. AMLO tuvo a su favor en este sexenio a una oposición (tanto partidista como de la llamada sociedad civil) que nunca entendió que con sus profecías catastrofistas y sus expresiones discriminatorias o peyorativas solo lo reforzaban a ojos de la población.
¿Polarizante AMLO? Sin duda, y es ahí donde yo veo el mayor déficit de su gestión: al marginar en el discurso a un sector de la población, incumplió esa parte del mandato que obliga a gobernar para todos, a comunicarse con todos.
Deja a su sucesora todo un paquete de retos, de desafíos y de oportunidades.
Y a quienes seguimos la política, nos deja con la gran interrogante de cómo será este país sin la presencia constante del político más relevante, para bien y para mal, de los últimos tiempos.
Ya veremos.
POR GABRIEL GUERRA CASTELLANOS
GGUERRA@GCYA.NET
@GABRIELGUERRAC
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