Si pudiera definirse de alguna forma la actual tendencia republicana a creer que una intervención militar estadounidense en México terminaría con su problema de drogas habría una sola palabra: estupidez.
Pero, al margen de lo absurdo que suene, el hecho es que los republicanos parecen plantearse la idea seriamente. O por lo menos, hablan tanto de ella que en algún momento puede pasar de retórica política a convertirse en un compromiso político real.
Inmersos ahora en los prolegómenos de la campaña para selección de candidato presidencial, a partir de enero, los republicanos parecen determinados a definir a los cárteles como terroristas y facilitar el envío de tropas para enfrentarlos o bombardear los laboratorios donde se produzcan las drogas.
Es cierto que sólo lograrían la enemistad de México y alentar a los estadounidenses a buscar otros narcóticos, aunque la imagen política inmediata pareciera útil.
Una reciente encuesta de la cadena NBC consignó que el despliegue de tropas estadounidenses en la frontera con México, para evitar el ingreso de drogas ilegales, tiene el apoyo de 55 por ciento entre la población general y de 86 por ciento entre los republicanos.
Pero hay diferencia entre lo que es popular –el envío de tropas para impedir la entrada de drogas– y lo que proponen los republicanos, el uso de esos recursos militares para intervenir dentro de México.
Muy al margen de que tratar de destruir el origen de las drogas parezca más fácil que tratar de resolver los problemas o enfrentar las causas que llevan a la adicción en Estados Unidos, la idea de intervenir en México sería simplemente mala. Quizá tanto o más que la invasión de Irak.
De entrada, por lo que se sabe de los laboratorios, generalmente poco más que improvisados, usar cohetes para destruir los que pudieran ser detectados sería como tratar de matar moscas con disparos de escopetas. Y en cuanto a sicarios y pistoleros, simplemente desaparecerían entre la población.
No es el camino. Pero al mismo tiempo, los líderes republicanos encuentran más fácil prohibir libros que regular el acceso a las armas, así se trate de criminales o enfermos mentales.
Que las eventuales posibles acciones militares estadounidenses para combatir el tráfico de drogas en México tendrían efectos negativos en los dos países es algo que parecería fuera de duda a personas con una razonable capacidad intelectual.
Podría recordarse para empezar que México es uno de los principales socios comerciales de Estados Unidos, y que una frontera común de tres mil kilómetros no sólo es una invitación a la cooperación y la producción complementaria en beneficio mutuo sino, el escenario para problemas de todo tipo, que de la administración de agua al tráfico de personas sólo pueden resolverse mediante la cooperación bilateral, no por la fuerza.
Pero –otra vez– se trata de políticos en busca de votos y lucimiento personales. Ahora son republicanos, pero podrían ser otros. Y eso sin contar los que surgieran de este lado.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
@CARRENOJOSE1
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