Así como una vez al año recordamos a los héroes que nos dieron patria o a la madre que nos parió, la convención mediática dicta cada junio la producción de contenido sobre diversidad sexual. (El origen está en las protestas de Stonewall, el 28 y 29 de junio de 1969, piedra angular del movimiento gay; por desgracia, entre tanto glitter, carro alegórico y promo de vodka al 2 por 1, pocos las recuerdan ya.)
Estoy más que dispuesto a cumplir con el encargo editorial en mi podcast pero no a perpetrar la enésima media hora dedicada a decir muchas veces que amor es amor, ya sólo porque a) valoro el tiempo de los escuchas, y b) si la serie tiene por nombre La Pinche Complejidad más le valdría contribuir al ejercicio del pensamiento complejo.
Decido, pues, explorar una intuición: detecto que las reivindicaciones identitarias han llevado a una hiperpolitización militante de la sexualidad, y con ello a una solemnización del discurso de la diversidad; temo que con ello se haya perdido ese bastión de resistencia cultural y creatividad pop que en inglés y en lenguaje académico se llama camp, y en español y en la calle es conocido como “jotería”. (Mi insistencia en emplear el término pese a los problemas que su uso me ha acarreado es, si se quiere, epistemológica: negarlo equivale a borrar una rama de la cultura que ha alcanzado grandes y gozosas cimas.) Invito pues al caricaturista Ricardo Cucamonga, inteligente y divertido quien conoce del tema y le ha dedicado muchos cartones, y consagramos 40 buenos minutos a discutirlo, creo que con relevancia. Lo que sigue es la publicación del episodio y la producción de materiales para promocionarlo, entre ellos un reel, que subo a mi cuenta de Instagram.
“Dignísimo de celebración es que cada año parece clavarse un clavo más en el ataúd del clóset pero ¿se pierden cosas con el clóset?”, inquiero en él antes de precisar con otra pregunta: “¿Ha perdido sentido del humor, relevancia cultural, gozadera la cultura gay?”. Debería quedar clarísima en esta frase mi validación de un movimiento, mi celebración de un campo cultural, mi exhorto a discutir su devenir con complejidad. ¿Por qué recibo entonces en los comentarios mensajes de personas que se dicen de acuerdo con mi planteamiento sólo para proceder a vociferar en contra de la comunidad LGBT y condenar la inclusión de los valores de la diversidad como parte de la educación sexual infantil? Intuyo que porque no se oyen más que a sí mismas. Porque lejos de una interlocución compleja buscan una caja de resonancia a sus propios prejuicios.
Cucamonga responde a una de esas provocaciones yermas con franca ironía camp (“… también ya es hora de acabar con ese sofisma del voto de las mujeres. Basta de perversiones”) pero yo guardo silencio. Nomás abro tamaños ojos, a lo Bette Davis.
POR NICOLÁS ALVARADOR
COLABORADOR
IG: @nicolasalvaradolector
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