Norma Lizbeth tenía 14 años y un día decidió hacerle frente a su acosadora. Cansada, desesperada por las constantes agresiones verbales y físicas de que era objeto, y ante la indolencia de la directora de su escuela que no hizo nada para detener la escalada de agravios, Norma Lizbeth se le plantó a su agresora en lo que se suponía sería una pelea a golpes afuera de su escuela.
Fue un último acto de valentía, de dignidad, ante la tortura cotidiana que supone el bullying: su agresora no peleó limpio y la golpeó repetidamente en el rostro y la cabeza con un objeto contundente, al parecer una herradura. Días después, Norma Lizbeth murió a causa de la golpiza.
Hoy la tragedia es nuevamente noticia, tras la detención de la atacante y de su madre. Ya se discute si es o no adecuada la posible pena para la agresora, que por ser menor de edad, enfrentaría a lo sumo de tres a cinco años de reclusión. Quien haya visto el video de la brutal golpiza compartirá el estupor y la indignación que a mí me provocó, pero vale la pena ir más allá de este terrible y espeluznante caso.
El acoso o bullying es un fenómeno que afecta a millones de niños y adolescentes en nuestro país. De acuerdo a la CNDH, ocho de cada 10 alumnos de primaria y secundaria reportan haber sido víctimas de alguna variante de acoso, y la enorme mayoría de estos casos no son denunciados ni a maestros o directivos de las escuelas ni a familiares cercanos. Niños y niñas son víctimas no sólo de la agresión sino de la vergüenza que conlleva, tan grande que impide muchas veces pedir ayuda.
Quienes alguna vez fuimos objeto de bullying sabemos muy bien lo que implica, no sólo en términos de violencia física o verbal sino también de exclusión social, alejamiento de amistades/familiares, aislamiento, ansiedad y/o depresión.
A veces, la desesperación llega al grado de enfrentar a los acosadores, lo que rara vez termina bien. No obstante, ese es uno de los consejos que reciben las víctimas cuando se atreven a contárselo a alguien; el “no te dejes” y “pégales más fuerte” pueden llevar a consecuencias terribles.
El bullying no es exclusivo de la escuela, claro, aunque en la vida adulta suele tomar formas a veces más disimuladas o con connotaciones negativas adicionales, como en el acoso sexual o laboral, pero tanto en la infancia/adolescencia como en la vida adulta, suele ser reflejo de desbalances de fuerza y de poder.
¿Qué hacer? El bullying es un fenómeno cada vez más generalizado que sale a la luz en casos como el de Norma Lizbeth, pero que vive en el secreto y el silencio de víctimas y victimarios. Es necesario visibilizarlo, hablar del tema en casa, en la escuela, en el trabajo.
Todos conocemos —casi siempre sin saberlo— a una víctima o a un agresor.
Debemos abrir los oídos y los ojos para darnos cuenta, para escuchar sin juzgar, para ayudar.
POR GABRIEL GUERRA
COLABORADOR
GGUERRA@GCYA.NET
@GABRIELGUERRAC
PAL