Yo sé que puede ser chocante, injusto y hasta improcedente que te endilguen todo el tiempo la buena o mala reputación de tus progenitores, en el sentido de que cada quien hace con su vida lo que le venga en gana, pero vaya que a mí también me produce nauseas el contraste entre la admiración que en todos nosotros o en muchos generó el padre, don Arnaldo Córdova (su La ideología de la revolución mexicana es una fuente extraordinaria de razones históricas para darle profundidad epocal a la 4T), y la repugnancia personal y política que produce el hijo, Lorenzo.
Y es que basta con verlo a la distancia en su comportamiento soberbio, petulante y clasista de niño mimado y aristócrata pendenciero junto a Woldenberg o Murayama, encarnación en ambos casos de la grisura intelectual, la falta de talento y carisma y símbolo acabado de la no pasión política, volcados cual patricios suizos con sus Dockers al lado de lo más nefasto de la oligarquía nacional y lo más rancio de la clase política del país en esa campaña mentirosa, exagerada y hasta cursi y ridícula de defensa del INE.
Porque díganme si no es repugnante verlo amparándose junto con otros funcionarios para no bajarse los insultantes sueldos de burocracia dorada, o haciendo del INE una plataforma de evidente activismo político contra el presidente y Morena, o burlándose de un grupo de indígenas como señorito de escuela privada de élite, o respondiendo altanero y carente de toda templanza pública a cualquier crítica que se le haga con ese odio de clase contenido pero a punto de estallar tan característico del burgués clasemediero inculto y cretinoide, y hacerlo todo en nombre, además, de la democracia.
Porque eso es lo peor de todo. Que todo esto fue hecho “en nombre o en defensa de la democracia”, cuyo sentido han tenido la astucia –no se niega– y la sordidez de secuestrar para engañar a muchos ciertamente –no se niega–, como si ahora resultara que de la institución que organiza el conteo de los votos y la instalación de las casillas y que prácticamente a nadie le importaba en realidad hasta que armaron la campañita (no son pocos a los que he preguntado si sabían lo que era el INE o el IFE, o que me nombraran a los consejeros o a su presidente antes del escándalo que se armaron, y que me respondieron que no), o de los académicos que ahí están como consejeros o de un funcionario técnico que sólo en su casa conocen; como si ahora resultara entonces que de esto depende la Democracia con mayúscula.
Es demasiado, porque la democracia no es el INE. La democracia es una forma a través de la que se organiza y aglutina una fuerza social e histórica para alcanzar un umbral de transformación de los ciclos políticos, y que, como Aristóteles, Maquiavelo (y esta es la clave y función de su Príncipe) o Dalmacio Negro afirmaban y afirma, sirve para controlar a la oligarquía.
POR ISMAEL CARVALLO ROBLEDO
COLABORADOR
MAAZ