Que devuelvan a los rehenes israelíes. Y que Palestina devenga un Estado de pleno derecho. Que Hamás sea desarticulado. Y los palestinos vean normalizadas sus relaciones diplomáticas y reconocida su ciudadanía por la comunidad internacional. Que los líderes de Hamás sean juzgados como los criminales contra la humanidad que son. Y que paren las expresiones antimusulmanas. Y las expresiones antisemitas. Que cesen los bombardeos a Gaza. Y los misiles dirigidos a Israel. Que Benjamín Netanyahu sea relevado por un mejor líder. Y también Mahmoud Abbas. (Y que en ambos casos esto resulte de un proceso político, no de hechos de sangre.) Y –de todo ello se desprende– que reinicie un proceso de paz activo y eficaz en Medio Oriente.
Y mi nieve de limón. Kosher. Y halal.
* * *
El corolario que he hecho a mi propia desiderata es el único posible cuando el planeta lleva ocho décadas empeñado en resolver la situación en Medio Oriente –aun si, en más de un caso, rogando a Alá o a Yavé no lograrlo– pero hoy ésta se revela no igual que siempre sino mucho peor. El reiterado fracaso no puede, sin embargo, hacer que las personas de buena fe renunciemos al anhelo, ya sólo para seguir soportando nuestra vista al espejo cada mañana.
La guerra que hoy vive Medio Oriente –y cuyo fin se antoja todo menos próximo– va minando mi esperanza de que el conflicto encuentre solución en vida mía. “¿Quiénes seremos cuando emerjamos de las cenizas y regresemos a nuestras vidas?... ¿Qué clase de seres humanos seremos después de haber visto lo que hemos visto?”, se pregunta en el Financial Times el escritor israelí David Grossman. Ofrece una respuesta sobre lo que conoce –“Si se me permite aventurar una hipótesis, después de la guerra Israel será mucho más de derecha, militante y racista”– y tiene la prudencia de no especular sobre lo que sucederá no sólo del lado palestino sino en el mundo árabe todo; cualquiera que se detenga a pensarlo, sin embargo, terminará por dibujarse un panorama igual de pesimista.
* * *
Poco puede hacerse. Pero poco no es nada. Se me ocurre algo más o menos sencillo: tratar de sustraer lo que sucede en Medio Oriente de las coordenadas de las reivindicaciones identitarias –aun si son éstas las que le dan origen, o aun justo por que son éstas las que le dan origen– y plantear su discusión siempre en términos de derechos humanos o de derecho internacional.
Secuestrar civiles y violar a sus hijas frente a ellos es lesivo de los derechos humanos y violatorio del derecho internacional. Lo mismo bombardear civiles. La nacionalidad y la ciudadanía son derechos humanos. La expresión de odio étnico o religioso es discriminatoria.
No hablar de israelís y palestinos. No hablar de árabes y judíos. Hablar de jurisprudencia y derechos humanos.
Trascender la identidad.
POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
IG y Threads: @nicolasalvaradolector
EEZ