La pesadilla que se vive hoy en Medio Oriente amenaza cada día más con convertirse en una tragedia sin precedentes en la región. A los asesinos y arteros ataques terroristas de Hamas en Israel ha seguido una respuesta tan desproporcionada que ya solamente sus más incondicionales intentan justificar.
La crisis que viene se dará en varios frentes, el primero de los cuales, el humanitario, desencadenará reacciones lo mismo armadas, de parte de grupos como Hezbollah; diplomáticas, de países moderados de la región; políticas, para el gobierno que todavía encabeza Benjamín Netanyahu y, las más graves, las del antisemitismo y el antiislamismo que sólo buscan pretextos para resurgir.
Releo, en estos tiempos de horror, un libro de la investigadora y académica Louise Richardson, que busca responder a la pregunta que da título a esta columna: en Lo que los Terroristas Quieren (What Terrorists Want); la autora comienza por los orígenes históricos del terrorismo, que curiosamente se dan precisamente en las mismas tierras hoy ensangrentadas: los sicarios y los zelotes son probablemente la primera expresión del terrorismo como método de lucha político-nacionalista, en ese entonces con la finalidad de expulsar a los romanos de las tierras de Judea.
El estudio de Richardson, publicado poco después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, la confirmó como una de las grandes pensadoras del tema en medio de la vorágine de emociones desatada por los atentados. Demasiado breve aquí el espacio para reseñarles más, me centro en lo principal: el terrorista es un actor no estatal que busca efectuar cambios profundos a través de la violencia y el miedo que la misma provoca.
Esa intención puede ser la de la liberación nacional (véase el caso de Nelson Mandela, a quien el régimen del apartheid sudafricano calificaba como terrorista), o la de provocar reacciones tales que hagan insostenible la preservación del status quo (Sendero Luminoso o las FARC). Y de nuevo las ironías de la historia: hombres que en su momento fueron catalogados como terroristas para convertirse después en estadistas, como en el caso ya citado de Mandela o el de Menachem Begin, violento luchador por la independencia de Israel y después arquitecto del acuerdo de paz con Egipto. Ambos, dicho sea de paso, Premios Nobel de la Paz.
La mayor perversidad del terrorismo es lograr que su enemigo abandone sus principios y valores con tal de combatirlo: fue el caso de EU, que desató dos guerras sangrientas y fútiles (en Afganistán e Irak) y el programa de espionaje doméstico más ambicioso e invasivo del que se tenga memoria. Ahora, tras los multicitados ataques de Hamas, Israel recurre a la venganza pura y dura, atacando igualmente a civiles, a mujeres, niños, ancianos. Todo aquello que un Estado liberal y democrático nunca debería hacer.
Cabe preguntarse si los terroristas de Hamas no habrán ya, con ello, triunfado.
POR GABRIEL GUERRA CASTELLANOS
@GABRIELGUERRAC
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