Malos modos

Santa Evita, la serie

Pocas historias, si alguna, retratan el populismo como el destino del cadáver de Eva Perón

Santa Evita, la serie
Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Pocas historias, si alguna, retratan el populismo como el destino del cadáver de Eva Perón, muerta muy joven, a los 33, de cáncer, embalsamada a la manera de los faraones o los grandes líderes socialistas, para mantener vivo el fuego de esa idolatría única que logró provocar en tantos argentinos, y condenada a deambular por el mundo así, ya muerta, en un periplo entre misterioso y grotesco, jalonada por la voluntad de desaparecerla por los enemigos de su esposo, Juan Domingo Perón, esos militares golpistas, de un lado, y, del otro, del de sus seguidores, por la voluntad opuesta de conservarla a eternidad.

Esa historia provocó un fenómeno editorial extraordinario, en 1995: Santa Evita. Sobre todo, provocó un libro brillante y complejo. El autor, Tomás Eloy Martínez, se refiere a dicho libro como a una novela, y lo es, en la medida en que la novela, al menos desde el Quijote, es aquello donde cabe todo. En este caso, cabe una combinación de reportaje con ficción, una ficción pura y dura que transita de con rara naturalidad del humor un tanto surrealista a una cierta ternura, a la que hay que sumarle una necesaria mirada a la historia argentina y alguna historia de amor patológico. El resultado: un retrato asimismo complejo del peronismo, visto aquí por muchos ojos y contado por muchas y muy diferentes voces, puntos de vista, convicciones, locuras, fanatismos.

Una complejidad que se pierde en el paso al formato televisivo. Se estrenó hace unos días Santa Evita, la serie, con una celebrable ambición. La secuencia de créditos da una idea de la potencia del proyecto: Rodrigo García como productor y director de algunos capítulos, Salma Hayek también como productora, y una buena parte de lo más celebrado de la actuación argentina y hasta no argentina: Darío Grandinetti, Ernesto Alterio y Natalia Oreiro, muy bien como Evita.

La verdad, no hay muchos reproches que hacer. Al contrario. La serie camina con mucha solvencia, bien hecha, profesional, cuidada. Pero te deja la sensación de que se queda corta. Santa Evita, la novela, es una muy buena manera de meterte a la locura del peronismo, una locura devastadora para Argentina y un ejemplo atroz para el continente –esto lo digo yo, no Tomás Eloy Martínez–, pero una locura compleja, llena de contradicciones, capaz de trastornar a todo un país.

La serie, respetuosa con el original, enseña esa locura, pero no te hace sumergirte en ella. Para usar un lugar común, algo se perdió en la traducción. Me refiero, por supuesto, a la traducción del lenguaje de los libros al de la televisión. Hacía falta, como es la norma en estos casos, traicionar al original para, de forma paradójica, serle fiel. Con todo, vale la pena echarse un clavado, hoy y aquí más que nunca. No hace falta decir que algo de esa historia es historia nuestra.

POR JULIO PATÁN
COLUMNISTA
@JULIOPATAN09

MAAZ

 

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