Columna invitada

Las peluquerías

A las peluquerías de antaño se les ubicaba por su infaltable tuvo de vidrio o de plástico con sus colores

Las peluquerías
Rubén Martínez Cisneros / Colaborador / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

A las peluquerías de antaño se les ubicaba por su infaltable tuvo de vidrio o de plástico con sus colores azul, rojo y blanco en la entrada de estos establecimientos, cuando se encendía daba un sinfín de vueltas por dentro, se les conoce como caramelo, símbolo de estos lugares, ya cada vez menos en la CDMX. 

Traspasar la puerta es toparse con una persona que porta una filipina blanca, si no se encuentra cortando el pelo, invita al nuevo cliente a sentarse en el sillón, ¿cómo quiere su corte de pelo, casquete corto, regular o a la Boston?, además si el cliente desea le arregle la barba, afila su navaja en una tira de cuero que está a un lado del sillón y pone a entibiar toallas para ablandar la barba y le preguntaba, ¿cómo lo quiere redondo o cuadrado?     

Asimismo, inquiere si lo desea a navaja o con tijera y se arranca a cortar el pelo, y como señala Salvador Novo en Toda la Prosa, “Además del natural atractivo que ofrece con sus perfumes y del incentivo que es para visitarlos el enterase a poco costo de toda novedad citadina mientras se libra uno de barbas…” 

Asimismo, señala Novo “El hoy oficio de barbero alcanzó en tiempos no remotos el digno título de profesión y participa en la cirugía su ejercicio… se acostumbraba antaño el tener una vihuela o una mandolina para que los pacientes lo fueran mientras les llegaba su turno”. 

 El historiador Alejandro Rosas, quien nos dice en su libro Oficios al referirse al caramelo “…según señala la tradición oral, sus tres colores tenían el significado: el azul avalaba que el peluquero conocía de sastrería; el blanco, que sabía sobar huesos; y el rojo, que podía sacar muelas” 

 En aquellos ayeres, ya concluido el arreglo del pelo, patillas, barba, el Remigio de La Familia Burrón, a través del espejo le muestra al cliente su nueva fisonomía y retira los cabellos con él bledo, en ese momento entraba en acción un niño al que se le llamaba Chícharo y brincaba como chapulín con cepillo en mano tratando de retirarle el pelo que resbalaba de la camisa o del pantalón. 

También las mujeres asistían a esos lugares, en el libro Los Inicios del México Contemporáneo, el historiador Carlos Martínez Assad, dice “…las peluquerías, refugio de los secretos varoniles, se llenaron de mujeres que querían estar a la moda como las “flappers”, pagar 75 centavos por el corte de pelo en La Opera de Flora Botello en la calle de Filomeno Mata, en Ambos Mundos, en la Central, en Colón de Matías Acevedo”. 

Hace algunos años se veía algunos corta pelo en la calzada Zaragoza, a los que se le conocía como peluquerías de paisaje, Jesús Flores y Escalante, señala, “Cuando alguna persona resulta mal pelada, se le pregunta ¿te fuiste a pelar a la de paisaje? De las pocas peluquerías que subsisten ante las estéticas y las modernas Barber Shore, es la Palacio atendida por don Juventino Rosales, durante 64 años en la Narvarte, de las han desaparecido del panorama citadino fue la Excélsior en Bucareli o El Fígaro en la Roma. 

POR RUBÉN MARTÍNEZ CISNEROS

COLABORADOR

MAAZ

 

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