Arte y Contexto

Oaxaca, mi otro Aleph Parte I

Cada vez que regreso de Oaxaca me tardo como tres días en dejar de estar ahí

Oaxaca, mi otro Aleph Parte I
Julen Ladrón de Guevara / Arte y Contexto / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Cada vez que regreso de Oaxaca me tardo como tres días en dejar de estar ahí. Cuando cruzo la puerta de mi casa después de una semana de ausencia veo todas mis cosas con mucho cariño pero como si no fueran mías, como si yo no perteneciera a ese lugar. Entonces entro despacito, como una intrusa, y dejo las maletas en una mesa larga que tengo frente al librero. 

Poco a poco saco ordenadamente los regalos que recibí mientras mi cabeza recrea el instante en que los tuve por primera vez entre mis manos y sonrío. De hecho sonrío mucho cuando desempaco, es la mejor parte del post viaje. La segunda mejor es cuando hago conciencia de que todavía no he llegado a mi destino porque mi cuerpo aún no aterriza en la colonia del Valle, que es donde vivo. Ese extraño proceso me es disfrutable, es una especie de limbo en el que me encuentro de manera efímera y voluntaria porque se siente rico.

Percibir tu propio entorno como algo ajeno es tan raro como perder el olfato cuando tienes COVID, a sabiendas de que lo vas a recuperar en algún momento. Como es algo que difícilmente experimentas, lo disfrutas para conocerte en otros planos de realidad paralela. Es inverosímil pero tangible; te causa curiosidad aunque te asuste un poco pero no tienes opción. Digamos que todas esas sensaciones tan complicadas de describir pertenecen a un plano abstracto que tiene más que ver con el mundo de las ideas que con una experiencia de viaje “normal”. 

¡Y qué #&%$* tiene que ver con Oaxaca todo esto?, se preguntarán… Pues mucho, porque esta es la única ciudad que me hace tener estos viajes paralelos a los que no me puedo ni me quiero acostumbrar y seguramente no soy la única. Me explico. 

Oaxaca es uno de los pocos Alephs que reconozco como tales, porque desde que la pisé por primera vez no he dejado de tener experiencias con todos los sentidos a distintos niveles de percepción, con líneas narrativas diversas pero convergentes y con un alucinante oferta de universos paralelos en cuanto al arte se refiere. Ahí todo, todo, todo confluye en un sólo punto.

Este Aleph, es decir, este lugar en donde están todos los lugares del mundo, vistos desde todos los ángulos posibles, donde todos los actos, todos los tiempos (presente, pasado y futuro), ocupan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia, lo tenemos en México. Otros países tendrán el suyo, pero no todos poseen ese privilegio.

Por algo Francisco Toledo, Morales, Tamayo son de allá; estoy segura de que no es casualidad que el mole negro, el chile chihuacle, el amarillo, la pitiona, el buen mezcal, el barro rojo de Atzompa y el mercado de Tlacolula hayan surgido de la tradición de un pueblo que puede vislumbrarlo todo. Es la única explicación  posible para que Oaxaca exista en esas formas tan alucinantes por hermosas y generosas. 

Allá siempre hay fiesta, todo se celebra por la felicidad que provoca ese nivel de belleza y de apreciación estética de los sabores y del arte. En fin, aun estoy en esos tres días de gracias en los que no aterrizo en la CDMX y sólo puedo describir mis experiencias conceptualmente, pero es que bebí y comí “cosas” con sabores alucinantes y cuyas palabras para describirlas se tardan una semana en tomar forma en mi cabeza, así que mientras eso sucede me despido con un mezcal blanco en la mano y una mente enmarañada llena de cosas bonitas que les tengo que platicar…

POR JULEN LADRÓN DE GUEVARA
CICLORAMA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@JULENLDG

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