El mes de julio es de Francia. Aquí, el experimentado y culto Embajador Galo Jean–Pierre Asvazadourian, organizó una recepción, para entregar el grado de Caballero de la Legión de Honor de la República Francesa al abogado Agustín Acosta Azcón.
Serio, emocionado, Agustín Acosta recibió la distinción en presencia de su madre, hijos, actual pareja y amigos de todos los intereses políticos. Pronunció un emotivo discurso, exaltó a próceres hombres y mujeres de dimensión universal. Hizo la aclaración de que por sus venas “no corre ni una gota de sangre francesa”; sin embargo, apuntó: si bien México y Francia no iniciamos nuestras relaciones con el pie derecho, fueron tormentosas y violentas. Francia se alzó en una madre sustituta y surtidora de ideas e ideales, la reconoció como cuna de los derechos humanos, también símbolo de libertad.
Refirió cómo Francia iluminó el camino de las naciones americanas en la búsqueda de su independencia. Narró el recipiendario las vidas paralelas entre Alexis de Tocqueville y Benito Juárez, sus luchas sobre la libertad, la legalidad y el respeto a los derechos. Enumeró a poetas, escritores, y la amistad de dos Repúblicas.
La recepción fomentó pláticas en torno a cómo se encuentra el mundo y la patria, a lo extraordinario de la literatura francesa, su cultura y su legado. Algunos de los invitados, no conocían la obra de Michel de Montaigne, aquél extraordinario filósofo francés que nos dejó una extraordinaria enseñanza perfectamente actual que invita a la reflexión y a aquilatar muchas cosas, entre otras, cultura, amistad y solidaridad, además de sus ensayos. Los asistentes parecían extrañados en que un abogado, nuevo legionario, pudiera referirse a ese magnífico escritor, a Montaigne, como si estuviera presente, como si su pensamiento pudiera enseñar a vivir más modestamente y sobre todo los valores que representan su obra.
Agustín Acosta no dejó de mencionar en sus palabras de agradecimiento sus famosos casos, como el de Florence Cassez y de cómo la justicia mexicana, había liberado a una ciudadana francesa, que todavía sigue siendo motivo de discusión, alabanza y crítica en nuestro país y Francia.
Asocié el caso Cassez con el de Martín Guerre. En el siglo XVI, la justicia francesa fue escenario de uno de los juicios más polémicos de su historia, el cual es revisado por todo tipo de estudiosos del procedimiento penal. La suplantación de una persona era un delito grave, que de prosperar significaba la muerte.
El tribunal de Rieux recibió la declaración de más de 150 testigos que tendrían que confirmar si Martín Guerre era o no Martín Guerre. Si había sido suplantado, disfrutando de su patrimonio y de su familia, un impostor. Medio centenar de personas lo identificaban como Arnaud di Tilh, otro tanto como Martín, hermanos, cuñados y personas respetables y “dignos de crédito”, afirmaban conocerlo desde la infancia.
El juez lo declaró culpable de la usurpación del nombre, la personalidad y patrimonio, se pidió la pena de muerte, y se le condenó a ser decapitado (privilegio para la nobleza) y descuartizado. El condenado apeló al Parlamento de Toulouse.
La historia judicial no registraba ningún caso de una mujer que hubiese confundido a su esposo durante años. El ponente fue el célebre Jeau de Coras. Las explicaciones convencían a los jueces de que el acusado era inocente, pero Coras hizo un análisis puntual de los testigos. A punto de dictarse sentencia, apareció con una pierna de madera, una persona que decía llamarse Martín Guerre, el verdadero, quien en la batalla de San Quintín había perdido su pierna y ahora quería recuperar a su familia y fortuna, después de haber huido por una denuncia de robo.
El Parlamento pronunció sentencia de muerte, estando presente Michael de Montaigne, juez del Parlamento de Burdeos, que da cuenta de esa historia, y nos muestra cómo en el devenir de los anales judiciales los paralelismos son ineludibles. Estos paralelismos, ojalá y sean la fuente de inspiración para todos aquellos espectadores del próximo documental sobre Florance Cassez, para acercarse a la obra de Michel de Montaigne.
POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN
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