El ex Primer Ministro de Japón, Shinzo Abe, fue sacrificado en un absurdo asesinato sin sentido el pasado 8 de julio, mientras daba un discurso de campaña, para apoyar a los candidatos de su partido en las elecciones a la Cámara de Consejeros de su país. Dentro de la enorme tragedia personal, familiar y nacional que su súbita desaparición significa, Abe partió haciendo política, la labor a la que dedicó toda su vida. Fue un líder natural, auténtico, preocupado por el bienestar de su país y la estabilidad en la región de Asia-Pacífico.
Conocí a Abe, el Primer Ministro de Japón que mayor tiempo ha ocupado ese cargo en toda su historia (2006-2007 y 2012-2020), en mayo de 2005. En esa época yo tenía el altísimo honor de representar a México como embajador en Japón. Él había sido designado Jefe del Gabinete del Primer Ministro Koizumi, y Secretario General del Partido Liberal Democrático (PLD), el segundo puesto de mayor importancia del PLD.
Desde el primer momento, llamó mi atención el carisma y la personalidad fresca de Abe. A diferencia de muchos otros políticos o personas en posiciones de liderazgo en el gobierno, las grandes empresas y los medios, me recibió sin ayudantes en su amplia oficina y se soltó hablando un inglés fluido, que había aprendido en la Universidad del Sur de California, donde estudió ciencia política durante tres semestres.
Yo me había preparado lo mejor posible para una entrevista tan importante. Estaba frente al casi seguro próximo primer ministro de Japón. Sabía que Abe pertenecía a una de las dinastías políticas más importantes. Su abuelo materno, Nobosuke Kishi, había sido Primer Ministro (1957-1960), y su padre, Shintaro Abe, titular del poderoso Ministerio de Comercio e Industria (MITI) y Canciller en los ochenta.
En aquella entrevista, repasamos brevemente la historia de la relación bilateral entre México y Japón, en la que su padre había organizado la ayuda de su país a México después de los terremotos de septiembre de 1985, que llevaría a la creación del Centro Nacional de Prevención de Desastres Naturales (CENAPRED). Lo más importante de nuestra conversación se centró en cómo explotar al máximo las oportunidades que representaba para los dos países el Acuerdo de Asociación Económica (AEE), que acababa de entrar en vigor. Para Japón ese acuerdo era una novedad, por ser su primer tratado bilateral de comercio. Para México, era una pieza fundamental para diversificar nuestras relaciones con el exterior.
Shinzo Abe, nacido en septiembre de 1954, tenía entonces solo 51 años de edad. Para los estándares japoneses, era un político considerado demasiado joven para ocupar posiciones políticas tan importantes y, más aún, para proyectarse como el más probable sucesor de Koizumi, lo que ocurriría en septiembre de 2006.
Japón es una nación de cultura milenaria. La institución imperial se remonta al siglo tercero de nuestra era, con más de 125 ocupantes del trono del crisantemo. Al igual que en otras naciones asiáticas, se venera a las personas de mayor edad. Se asume que la sabiduría solo puede alcanzarse con una larga experiencia. Sus costumbres sociales y elaboradas formas políticas (la Kata) se basan en la tradición. Quizá porque no había otras razones, en ese momento las críticas contra Abe se centraron en su relativa juventud, y en que aparecía en público tomado de la mano de su esposa Akie, en un país en donde las muestras de afecto personal son privadas. Recuerdo que él se defendía señalando que Tony Blair, quien para entonces había cumplido nueve años como Primer Ministro del Reino Unido, otra nación de grandes tradiciones históricas, había sido electo a los 44 años de edad.
A los 52 años, se convirtió en el primer ministro más joven de su país, pero se vio forzado a renunciar un año después, en septiembre de 2006, porque el PLD perdió las elecciones de ese año para la Cámara de Consejeros. Con esa renuncia, se inició un periodo de alta inestabilidad en la política japonesa, en la que se sucedieron, en lo que parecía un rito anual, cinco primeros ministros (Fukuda, Aso, Hatoyama, Kan, Noda) hasta que, en septiembre de 2012, ocurrió un hecho altamente improbable en la política de cualquier país. Las facciones al interior del PLD le dieron a Abe una segunda oportunidad, y retornó como primer ministro.
Era nacionalista. Decidido a lograr la revitalización económica y social de su gran nación, y un nuevo papel en el escenario internacional, introdujo una nueva política económica, conocida como “Abenomics”, y una nueva política exterior y de defensa, mucho más activa. Abe quería convertir a Japón en una nación “normal”, y se propuso enmendar la Constitución de 1947, impuesta por Estados Unidos. Desde luego, ese propósito causó enorme preocupación entre todos sus vecinos (Rusia, China y las dos Coreas), y hasta ahora no se ha concretado. Creo que fue su reacción al ascenso de China como la principal potencia económica y militar de la región. Su mayor logro fue el Quad, una alianza entre Japón, Estados Unidos, India y Australia, para hacerle contrapeso a China. Abe renunció en septiembre de 2020 por razones de salud, aunque mantuvo una enorme influencia como cabeza de la facción política más grande dentro del PLD.
Volví a ver a Abe como primer ministro, o miembro de la Dieta. Como buen político, siempre fue amable en su trato, e inquisitivo sobre la relación en nuestros países. Salí de Japón en 2011, pero en 2014 el entonces Canciller, José Antonio Meade, me invitó a acompañarlo a una visita oficial a Japón, en la que el actual Primer Ministro Kishida era el Canciller y Abe, apartándose de la tradición, nos recibió como primer ministro en su oficina, para subrayar la amistad que sentía por México.
POR MIGUEL RUIZ CABAÑAS
PROFESOR Y DIRECTOR DE LA INICIATIVA SOBRE LOS ODS EN EL TEC DE MONTERREY
@MIGUELRCABANAS
MIGUEL.RUIZCABANAS@TEC.MX
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