Los detectives gringos nos acostumbraron al cigarrillo, el whisky y la rasurada sin agua caliente ni espuma por la mañana, con un café malo, una cruda peor y el recuerdo de una mujer terrible y prodigiosa. En Europa suele ser diferente. En la literatura policiaca del continente están, sí, el cinismo que esconde un buen corazón, a la manera de la novela negra original, y los modos solo aparentemente hostiles de esos hombres endurecidos por la vileza de lo humano en dosis diaria, también muy a la gringa, pero al mismo tiempo abundan los investigadores bon vivant.
Ahí están Pepe Carvalho, el del barcelonés Manuel Vázquez Montalbán, un izquierdista irredento que sin embargo inventó a un detective que cocina como los dioses y que no cree en nada; o sea tan diferente a su creador, o, antes, el inspector Maigret, el padre de todos los que vinieron después, al que George Simenon retrata en más de 70 novelas como un aficionado al vino, la cerveza y la comida francesa de vieja guardia, la de antes, esa llena de salchichas, lentejas y quesos con personalidad.
A esa familia pertenece Salvo Montalbano, el irónico gourmand siciliano que se inventó hace ya muchos años Andrea Camilleri, muerto a los 90 y varios en 2019 y del que acaba de aparecer en español la penúltima de sus novelas, El cocinero del Alcyon, un aviso muy bien hecho de que ese placer está a punto de acabársenos.
Treinta y pico novelas y volúmenes de cuentos después, listo para subirse a un barco lleno de narcos de varios países como undercover, caracterizado convenientemente como un chef para gustos exigentes, Montalbano, en El cocinero del Alcyon, es ya un sexagenario, pero un sexagenario reconocible para quienes se hayan puesto a leerlo en algún momento desde los años 90.
Es el mismo policía de una población siciliana no muy grande, Vigata, que no deja de comer como un señor y de compartir recetas igualmente sicilianas, cosa que por supuesto se agradece. Es también el jefe de dos o tres agentes entrañables, el novio ese una mujer seductora y un poco difícil, muy diferente a la femme fatale norteamericana, y el consumidor profesional de café y cigarrillos que resuelve los casos sin violencia, con conocimiento de la gente, curiosidad –ese rasgo de las personas buenas– y capacidad deductiva.
Sobre todo, es nuestros ojos: nos deja ver una Sicilia simpática y terrible, con algo de película neorrealista y algo de Leonardo Sciascia, corrupta y pueblerina, cariñosa y francota, surrealista e ingenua. Una Sicilia de novela buena, buena, adictiva y cariñosa con los lectores, una característica, hoy, rara y apreciable.
Se nos va, pues, una primera espada de la literatura policiaca, que en serio deberían leer, pero ya, todos los que sean aficionados al género y los que no, sólo porque te recuerda que la vida, a fin de cuentas, entre tanto horror, es una buena cosa.
POR JULIO PATÁN
COLUMNISTA
@JULIOPATAN09
MAAZ