MALOS MODOS

Silvio Rodríguez en el Zócalo

Una de las cosas raras que pasan con la llamada “cultura de la cancelación” es que no toca ni con un pétalo a los cómplices de las tiranías

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Una de las cosas raras que pasan con la llamada “cultura de la cancelación” es que no toca ni con un pétalo a los cómplices de las tiranías, particularmente a los de las tiranías de izquierda. Hace un par de días, Silvio Rodríguez, primera espada de la Nueva Trova Cubana y cantautor favoritísimo del presidente y su esposa (“cantautor” significa “huye antes de que empiece la música”), se presentó en el Zócalo chilango, en un concierto pagado con dineros públicos, y, en el ala progre, a nadie le pareció mal. Al contrario: mucha selfie y mucha foto panorámica de la Plaza de la Constitución

Evidentemente, no se trata de “cancelar” a Rodríguez. De lo que se trata es de recordar que un gobierno supuestamente comprometido con los derechos humanos y la democracia no debería engrosarle la cuenta de banco al propagandista, el cómplice de un régimen infame que nació fusilando gente en juicios sumarios, abrió “centros de reeducación” para homosexuales e intelectuales díscolos, impuso una censura de hierro sobre la cultura y la educación (hay un extenso index castrista, que sigue en funciones), y mandó al exilio a lo mejor de la cultura cubana. Un régimen del que Rodríguez se ha beneficiado abundantemente.  

En los últimos días se ha leído con pelmaza frecuencia que bueno, güey, Silvio, como artista, es incuestionable. Como he dicho antes, no me lo parece. Al contrario. Están esa infumable pulsión metafórica en la que todo puede leerse como un canto de amor a la revolución, esa pinche vocecita, y esa característica suya que, extrañamente, no suelen mencionar sus críticos: su mamonería, ese hieratismo de perdonavidas del hombre plantado en una silla, inmóvil, frente a las partituras, en el escenario; un hieratismo que se puede permitir Bob Dylan, pero no él. Sobre todo, está esa melcocha, recordatorio de que detrás de un represor suele haber un cursilazo, o viceversa. 

Por supuesto, el funcionariado cuatroteísta tiene todo el derecho de llegar a casa, servirse un ron y celebrar a ese “trovador”, esa “voz que habla por todos los que no tienen voz”, ese “poeta infinito”, y cantar a voz en cuello la cosa esa del unicornio. A lo que no tiene derecho es, insisto, a patrocinar a un comisario político que además, sabidamente –lo recordó David Huerta en una columna–, avaló la represión contra los artistas disidentes de su país, para empezar contra su amigo Raúl Rivero –él sí, un poeta–, al que traicionó sin rubores. 

Por supuesto, no hay por qué sorprenderse con ese entusiasmo, a estas alturas, ni perder mucho tiempo clamando contra estas decisiones, vista nuestra complicidad con las dictaduras continentales. Una sugerencia nada más: piensen lo que significa que semejante individuo, tan próspero en medio de la devastación socialista, le dedique “El necio” a nuestro presidente. 

POR JULIO PATÁN

COLUMNISTA

@JULIOPATAN09 

MAAZ