COLUMNA INVITADA

¿Laicidad?

Es cierto que la laicidad puede convertirse en un nuevo dogma y hacernos creer –como muchos mexicanos, otro país de doble moral- que un estado laico es un estado ateo, que son dos cosas radicalmente distintas

OPINIÓN

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Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Francia puede considerarse, curiosamente, el estado laico por excelencia. Y digo curiosamente porque lo que Michel Maffesoli llama muy bien la hipocresía republicana o la república de los buenos sentimientos oculta un lado católico, profundamente conservador y de doble moral. Después de que Robespierre dejó que Danton muriera a manos de esa asamblea ingente pero amorfa que llamó pueblo, y luego que él mismo murió por la construcción de esa revolución permanente que profetizó, llegó un nuevo emperador, Napoleón. El ejemplo lo dice todo.

Hace años una juez de Lile dictó sentencia para anular un matrimonio porque la mujer mintió y no era virgen. Esta anulación causó por supuesto, una protesta unánime en los medios. El marido, como Santiago Nasar, blandió las sábanas impolutas y regresó a la novia: una enfermera, musulmana como él, formada en el estado laico que hoy de una u otra manera la juzga.

Surgen, al menos, dos preguntas: ¿si no fuera musulmana el caso habría tenido la repercusión de la que gozó? Y, más aún, ¿si el marido le hubiese mentido a ella, diciéndole antes del matrimonio, por ejemplo, que podría hacerle el amor tres veces, o que duraba treinta minutos y le prometía cinco orgasmos antes de eyacular, la juez hubiese anulado el matrimonio?

Es cierto que la laicidad puede convertirse en un nuevo dogma y hacernos creer –como muchos mexicanos, otro país de doble moral- que un estado laico es un estado ateo, que son dos cosas radicalmente distintas. Nuestros líderes priístas practicaron una masonería militante obligada, secreto a voces sin cuya iniciación ninguno llegaba a presidente. El actual es cristiano y las repercusiones de su fe son notorias.

Una organización feminista muy poderosa –tienen incluso oficinas en algunas maries, que son como las antiguas delegaciones del DF para Paris-, de nombre sonoro: niputasnisumisas, organizó una concurrida manifestación en protesta y un tribunal kafkiano decidió que la anulación no puede ponerse en ningún libro o constar en el registro civil.

Habla la enfermera de Lile. Angustiada pero también molesta. ¿Qué dice? Obviamente que para ella el matrimonio está anulado desde que el marido la regresó, con independencia de lo que diga la juez, que no regresará ni habitará nunca con él, que ya pasó por la suficiente humillación religiosa como para ahora tener una nueva afrenta civil. Es más, que entonces solicitaría el divorcio voluntario.

En Francia se casan alrededor de ciento sesenta mil personas al año y se divorcian ¡ciento cincuenta mil al año!, cifra desproporcionada que me hace pensar que esta generación erró del todo y debería regresar a la unión libre. Demasiado papeleo de un lado y de otro, demasiada burocracia para justificar un contrato social que se rompe pronto, incluso en grupos religiosos como los musulmanes.

Y, obviamente, los católicos.

Lo que no deja de impresionar es cómo en esta república de igualdad, libertad y fraternidad una juez puede anular un matrimonio por una causa tan absurda hoy día como la virginidad –femenina, además; la otra cómo comprobarla-, aunque el tribunal unitario que la dictó se defienda diciendo que es contra la mentira de la mujer, no contra la virginidad misma contra la que se ha pronunciado.

Los mexicanos olvidamos rápido, también, y perdonamos con velocidad siempre y cuando haya un nuevo sacrificio, una nueva inmolación que nos redima, entonces nada importa. Un caso terrible es que aunque la Suprema Corte haya despenalizado el aborto, muchas legislaturas locales no lo permitan.

A más sesenta años de La región más transparente vale la pena citarlo, sólo para llorar en su hombro: “Mi nombre es Ixca Cienfuegos. Nací y vivo en México D.F. Esto no es grave. En México no hay tragedia: todo se vuelve afrenta. Afrenta, esta sangre que me punza como filo de maguey. Afrenta mi parálisis desenfrenada que todas las auroras tiñe de coágulos”.

Y si no pregúntele a las mujeres ministras, que deberían hacer gala de feminismo en esta nueva “tremenda corte”. Afrenta que las mujeres y los colectivos feministas hayan sido una y otra vez rechazados por el presidente, que su primera secretaria de gobernación, Olga Sánchez Cordero haya sido impedida de trabajar y sacar adelante sus proyectos, por lo que regresó al senado sin pena ni gloria. En fin, como el juez de Lile.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU

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