PENSAR JOVEN

La nueva anormalidad

No soy joven pero pienso joven: me empeño en entender lo que vivimos y lo que viviremos

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / Pensar joven / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

La ONU define a los jóvenes como personas de entre 15 y 24 años, aunque concede que la criba varía dependiendo del país y puede llegar hasta los 30, que su agencia ONU Habitat la extiende hasta los 32 y que la Organización de la Juventud Africana abarca hasta los 35, misma edad que concibe como tope a la juventud la Duma, Cámara Baja del Poder Legislativo ruso. Por mis venas corre alguna sangre africana, y alguna teoría fantasiosa de mi abuela querría que mi abuelo hubiera tenido antepasados rusos, pero ni siquiera al establecer cuaquiera de esos linajes especulativos podría yo –a mis 46– pasar por joven. Tengo una esposa hace 21 años, una hipoteca a la que sólo restan tres para su liquidación, un pastillero del que extraigo dos veces al día un Atacand –para la hipertensión– y memoria de cuando El Heraldo de México vivía su primera época y se anunciaba en televisión con un locutor que cuestionaba si un vaso estaba medio lleno o medio vacío y exhortaba ya a “pensar joven”.

Llego a estas páginas –y pantallas: los periódicos ya no son sólo papel– tras haber pasado por las de otros diarios, varios de los cuales ya no existen. Ausente de las redes sociales hasta el año pasado, han incidido sin embargo en mi vida profesional, por lo que las estudio y trato de comprenderlas, así como los fenómenos que derivan –al menos en alguna medida– de lo que ahí sucede: la crisis de la noción de autoría, la reconversión del negocio de la música, la transformación de la industria de la comunicación toda, la erosión de la democracia liberal como modelo, el auge de las reivindicaciones identitarias, sean políticas, religiosas, étnicas, de género o sexuales.

Apenas lidiábamos con esas transformaciones cuando vino la pandemia, y con ella muchas muertes, no todas humanas. ¿Sobrevivirán las oficinas? ¿Arrastrarán en su agonía a las fondas y cafeterías que atendían a sus trabajadores? ¿Irán quedando desiertos por tanto los centros urbanos? ¿Volverán el shopping, la educación, el psicoanálisis, el teatro a ser actividades plenamente presenciales? ¿Qué tantas salas de cine quedarán cuando tantas cintas se estrenan ya en simultáneo en la pequeña pantalla? ¿Cómo nos entretendremos? ¿Qué –y cómo– compraremos? ¿Terminaremos por despojarnos todos de nuestro auto, y la bicicleta por convertirse en el medio de transporte público por excelencia? ¿Seguiremos trabajando en co-workings? ¿Viviremos todos en co-housings? 

No soy joven pero pienso joven: me empeño en entender lo que vivimos y lo que viviremos, los cambiantes paradigmas a que nos vemos sometidos. Difícil resulta hoy saber si el vaso está medio lleno o medio vacío: ya sólo por ello urge plantearse la pregunta. Me entusiasma iniciar hoy una nueva etapa en El Heraldo. Creo que he llegado al lugar correcto.

POR NICOLÁS ALVARADO

COLABORADOR

@NICOLASALVARADOLECTOR

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