A la memoria del doctor Pablo Mulás del Pozo, eminente y respetado miembro de la comunidad científica.
Mexicano de excepción
Esta semana constituye para el mundo occidental, no sólo un símbolo religioso, sino una obligada atracción para viajar y disfrutar de los centros turísticos. A pesar de la pandemia, por tradición, por irresponsabilidad, o por necesidad de salir del encierro, millones de personas se movilizaron; y, muchas más, mantuvieron días de guardar bajo normas de estricta conducta religiosa. Esta circunstancia nos permite, a otros más, hacer un alto en el camino para reflexionar sobre el futuro del género humano.
Durante los últimos 50 años se ha transformado radicalmente el desarrollo científico y tecnológico; el hombre ha alcanzado cumbres formidables que nos permiten afirmar que en ese lapso se ha avanzado de manera exponencial, con mayores resultados que el resto de la historia.
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La ciencia y la tecnología nos han abierto el camino de la comunicación como nunca sucedió antes; nos informamos prácticamente de manera simultánea de los acontecimientos que ocurren en cualquier rincón del planeta; contamos con la poderosa herramienta de las redes sociales y del internet para obtener respuestas inmediatas a toda clase de preguntas de la historia y del conocimiento; viajamos a velocidades asombrosas; la biología ha avanzado de tal manera, que la clonación de seres vivos, es una realidad; el descubrimiento del genoma humano permite avizorar un futuro, que inclusive puede conducir a la manipulación genética para mejorar la condición humana; los nuevos conocimientos de robótica y cibernética han creado la llamada “inteligencia artificial”, que produce algoritmos que controlan mega-información y que aceleran de manera vertiginosa las proyecciones, en prácticamente todas las áreas del conocimiento.
No obstante, las profecías de George Orwell o de Aldous Huxley nos obligan a pensar en una sociedad apocalíptica, tanto por la descomposición del medio ambiente planetario, como por el control de los seres humanos a través de mecanismos que los conducen a la estupidez colectiva y a la patología de la uniformidad, la mediocridad y el abandono de la utilización de sus funciones cerebrales.
En mi generación nos olvidamos de la construcción de conocimientos aritméticos básicos como la regla de tres o simplemente de las divisiones, porque apareció la regla de cálculo y, muy poco después, las calculadoras. Más tarde empezamos a olvidarnos de números telefónicos o de simples anécdotas, pues, los teléfonos inteligentes sustituyen la función de la memoria.
La enseñanza y el conocimiento se han confundido con la información y la repetición de datos —ciertos o no— que se encuentran en la nube; la enseñanza-aprendizaje no es la simple información, sino requiere una pedagogía que implica obtener el conocimiento, digerirlo, entenderlo, comprenderlo y, en su caso, poder aplicarlo; las nuevas generaciones padecen una nueva patología, han sometido su pensamiento creativo a la dictadura estúpida del internet.
Por otra parte, el tema central sigue siendo la desigualdad y la pobreza, pues, si bien es cierto que la “teoría maltusiana” fue derrotada por la realidad tecnológica, en este momento, de los siete mil millones de personas que habitan el planeta, cuando menos la tercera parte no tiene los satisfactores suficientes para una vida medianamente decorosa; otro tanto, vive presionado y angustiado por su realidad económica y, sólo una minoría controla la riqueza mundial.
El deterioro del planeta, con el calentamiento de los polos y la destrucción que la mano del hombre opera cotidianamente sobre la naturaleza, nos abre un porvenir apocalíptico.
No obstante, lo anterior, la esperanza de un mundo mejor sigue siendo un acicate para la conducta de muchos seres humanos. Creer, como pensaba Thomas Hobbes que “el hombre es el lobo del hombre” y cerramos el porvenir en el pensamiento negativo, es un error de nuestro tiempo. Por el contrario, el cambio de paradigmas debe abrirnos la luz de un mejor destino; es la utopía en la que queremos creer y, por eso, vale la pena leer al nuevo futurólogo Yuval Noah Harari, quien, en sus “21 lecciones para el siglo XXI” nos hace reflexionar en estos luminosos días de guardar.
POR ALFREDO RÍOS CAMARENA
CATEDRÁTICO DE LA FACULTAD DE DERECHO DE LA UNAM
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