En el 1929 fue el crecimiento descontrolado del crédito para la especulación de valores bursátiles, gracias a la eliminación de la fiscalización del gobierno derivado de la política ultraliberal del gobierno.
Esta explicación del origen de la crisis contrasta con la mayor parte de las explicaciones que parten de la teoría económica neoclásica que señala que la oferta de bienes había ya excedido la demanda y que la caída de la bolsa fue el reflejo del necesario ajuste en el mercado de valores. Esta forma de entender las cosas no explica por qué el mercado orientó, en los años previos a la crisis, los capitales hacia los valores bursátiles, y adolece de dogmatismo pues en su culto a la ideología de mercado es incapaz de cuestionar siquiera a esta instancia impersonal que denominamos mercado como máximo regulador de la actividad económica, mucho menos se atrevería a plantear que la desregulación a ultranza de la cuenta de capitales (sin ningún tipo de controles de salida y mucho menos de entrada) y la liberalización financiera tienen algún tipo de responsabilidad en el desencadenamiento de la mayor crisis económica-financiera hasta entonces conocida.
Este paradigma señala que la causa última de la crisis se encuentra en un proceso de sobreproducción de capital o sobreacumulación (que tiene que ver con el exceso de capital en relación con las posibilidades para emplearlo y no necesariamente con una sobreproducción de mercancías). Así, como consecuencia del descenso de la rentabilidad en la actividad productiva, los capitales se orientaron a la inversión de cartera, a capitales que presentaban tasas mayores de rentabilidad y a corto plazo, y que fueron financiados cada vez más con créditos sin más respaldo que la acción que se compraría con ellos.
En suma, es interesante que se presente una explicación de la crisis de 1929 que salga de la dicotomía de estos dos paradigmas de cientificidad que son las dos explicaciones más recurrentes.
Es interesante destacar cómo en el desarrollo de le depresión de la década de1930, las teorías económicas dominantes —así como los responsables de la política económica— tardaron tanto en aceptar que sus cuerpos teóricos no daban cuenta de la coyuntura que se vivía, y que por tanto no podían seguir esperando que la recuperación llegara por sí sola, es decir, dejándola en manos del mercado. Esto muestra que muchas veces los paradigmas teóricos se convierten en un obstáculo para comprender las realidades cambiantes.
La descripción correspondiente al periodo en el que se desarrolló la Segunda Guerra Mundial aborda detalladamente no sólo el comportamiento económico que tuvieron los países involucrados (especialmente el crecimiento de su producto), sino también las motivaciones económicas que se encuentran detrás del conflicto armado, trascendiendo el discurso oficial que hace referencia preeminentemente a la lucha contra el fascismo.
La repartición del mundo y el acceso ilimitado a recursos necesarios para la industrialización y para buscar recuperar, acceder o mantener la hegemonía son elementos centrales para entender esos agitados años.
En el libro estos elementos son abordados explícitamente y con claridad, y no quedan ni excluidos ni relegados.
El desarrollo de los países como México, en ese entonces llamados de tercer mundo es muy ilustrador. Si bien muchos estudiosos han destacado ya que una de las barreras para el crecimiento más sostenido de estos países, que se pudiera traducir efectivamente en un desarrollo económico, estribó en el deterioro de los términos del intercambio (entre ellos se encuentran los desarrollistas e incluso algún os teóricos de la dependencia), la explicación de las causas de ese deterioro varía mucho de una interpretación a otra. Interesante también es la forma como es abordado el tema de la crisis que sufre el Estado de bienestar, en la medida en que se creía que el capitalismo había superado ya este inconveniente. Cómo se entra en una recesión generalizada y el mercado muestra signos de saturación.
Igualmente, interesante es advertir que muchas de las técnicas utilizadas en los años setenta para orientar e incrementar constantemente el consumo siguen siendo utilizadas hoy en día: tal es el caso de la obsolescencia programada y la obsolescencia percibida, que si bien resultan eficaces para elevar en ciertos momentos los niveles de rentabilidad, resultan insuficientes cuando se trata de evitar una crisis.
POR LUIS DAVID FERNÁNDEZ ARAYA
COLABORADOR
@DRLUISDAVIDFER