COLUMNA INVITADA

¿Quién soy yo para juzgar?

Facebook, TikTok, Twitter, son hoy en día el vehículo por excelencia para opinar. Un vehículo democratizador que modificó uno de los pilares más importantes y tradicionales de la interacción humana

OPINIÓN

·
Martha Gutiérrez / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Facebook, TikTok, Twitter, son hoy en día el vehículo por excelencia para opinar. Un vehículo democratizador que modificó uno de los pilares más importantes y tradicionales de la interacción humana. El primero inició como la forma de contacto entre estudiantes, hoy se ha transformado en el gran juez, sin juicio. Todo lo que se hace de manera pública o privada, y se sube a estas plataformas se convierte en materia de juicio.

El Presidente Andrés Manuel López Obrador en Estados Unidos con Joe Biden y Justin Trideau, el tipo de traje, camisa o zapatos, la forma en que se viste Beatriz Gutiérrez, el tipo de camisa que utilizaba Enrique Peña en Roma, el aspecto físico de Felipe Calderón, el impedimento para dar un discurso en Cámara de Diputados por parte de Margarita Zavala. De ahí para el real, todo mundo opina de todo.

Desde tacos al pastor, camisas de béisbol, sus perros o cualquier asunto que les pase enfrente es razón suficiente para opinar, aunque en realidad lo convierten en un juicio. Lo único que se hace es juzgar.

Todo esto viene a colación porque precisamente esa misma pregunta la realizó uno de los pensadores más importantes de nuestra era, Hannah Arendt, que con distintas circunstancias dentro de la discusión de la responsabilidad personal ante la dictadura, específicamente sobre Adolf Eichman uno de los principales organizadores del Holocausto en el que durante su juicio, y como medio de defensa él señalaba que debido a que los jueces y acusadores no habían estado presentes en las conductas que se le imputaban, ni siquiera alrededor de los hechos, era imposible e inviable que lo juzgaran en la forma que pretendían hacerlo.

Entonces esa pregunta se volvió relevante, no solo en términos de excepción ante una acción, sino de tipo moral e incluso política.

Arendt, retomando y desarrollando el concepto se preguntaba ¿Quién soy yo para juzgar? Lo que respondía bajo un parámetro curioso que explicaba la premisa en la que en realidad todos somos "malos" o igual de malos, o quienes intentan o pretenden intentar no serlo, en realidad son hipócritas o santos, porque es falso que sean buenos. Esto llevó a un examen profundo sobre la moralidad de la sociedad en general, en lo específico de la alemana que recompuso la historia y estableció estándares fundamentales para no solo llevar a cabo una interpretación apropiada sobre la historia, sino sobre diversos actos políticos.

Por eso llama especialmente la atención que hoy, en México, ni siquiera reflexionemos sobre lo que ocurre en el espacio público, particularmente en el político, demos rienda suelta a juicios de manera superficial y con tan poca seriedad, y que terminemos por normalizar esas conductas. Porque en el fondo, de seguir así deberíamos estar muy conscientes del terror que estamos provocando y asumir las consecuencias de perder el tren de la historia, y acostumbrarnos a la cotidiana deshonestidad.

Sobre todo, porque siempre hay un inicio y éste debe ser no solamente de responsabilidad personal sino de juicio personal, tal como lo dijo Arendt, en las etapas iniciales de una dictadura como la del régimen Nazi.

De ninguna manera llamo ni intento comparar a este gobierno ni a Andrés Manuel López Obrador con aquel, ni mucho menos cometer una irresponsabilidad como esas, porque es un gobierno legítimo, actuando bajo la ley, y con pleno respeto a la democracia constitucional, quiero ser muy clara en ello. Sin embargo, hago esta relación que es muy directa, por el rumbo que está tomando la sociedad sobre todos los juicios que emite acerca de el gobierno o la oposición. Muy bajo, muy elemental, absolutamente sin fundamentos y sobre todo creando esta corriente en la cual nadie sabe donde va a parar, pero sí lo que está logrando. No poder identificar y separar lo bueno de lo malo, lo serio de la burla, la verdad con hechos, de la mentira con falacias.

Porque tenemos la facultad y la posibilidad de ejercer un juicio racional sin dejarse llevar por emociones o por un interés personal.

Pero la realidad es que eso, todos estamos a punto de perderlo.

Y no es pregunta.

POR MARTHA GUTIÉRREZ
ANALISTA EN COMUNICACIÓN POLÍTICA
@MARTHAGTZ

MAAZ