Independencia de México

Iturbide, el genio libertador 

Un militar que puso fin a once años de guerra con diálogo y la concertación

Iturbide, el genio libertador 
Marco Antonio Mendoza Bustamante. Abogado, escritor y Diputado Federal Foto: Foto: Especial

Cuando Agustín de Iturbide condenó, en 1810, la insurrección de Miguel Hidalgo, seguramente no imaginó que se convertiría en el principal artífice de la Independencia de México, que sería el primer emperador de la entonces incipiente nación, que moriría en manos de la causa que enarboló y que la historia olvidaría con injusticia, las proezas de una vida llena de altibajos.

Hijo de un terrateniente español y una criolla noble, Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu, nació un 27 de septiembre de 1783. Sus ancestros eran originarios de Navarra, y en 1440 les fueron otorgados títulos nobiliarios por el Rey Juan II de Aragón.

A Agustín de Iturbide se le debe juzgar no desde el pensamiento moderno, tampoco desde el liberalismo de los siglos XVIII y XIX, sino desde la estricta óptica de los actos de un hombre que supo poner fin a once años de guerra, a través del diálogo y la concertación.

Si en un primer momento rechazó la invitación de Hidalgo a sumarse a la causa insurgente, fue porque advertía la falta de orden y planeación del incipiente ejército insurrecto, cuyo objetivo no era la independencia de México, sino su autonomía respetando la soberanía de la corona española frente a la invasora Casa de los Borbones francesa, de ahí que Miguel Hidalgo, en el célebre grito de Dolores gritara, entre otras cosas: ¡viva Fernando VII!

Iturbide, del lado del ejército del Virrey,  logró pacificar el bajío e incluso derrotó al generalísimo José María Morelos y Pavón, aquél hombre del que Napoleón Bonaparte necesitaba a cinco como él, para lograr conquistar el mundo.

Morelos soñaba en una república con tres poderes. Iturbide con una monarquía constitucional. Uno pasó a la historia como Siervo de la Nación, el otro como un pálido emperador depuesto en breve término.

Poco se sabe de la vida de Iturbide de 1816 a 1820, lapso en el que vivió en la Hacienda de la Compañía en Chalco, retirado de la escena pública, hasta que en noviembre de aquel año, el Virrey Juan José Ruiz de Apodaca y Eliza, decide nombrarlo Comandante General de los Ejércitos del Sur, para combatir a Vicente Guerrero.

Contrario a ello, convencido de que había llegado la hora de la independencia de México, supo concertar con Guerrero para promulgar el Plan de Iguala o Plan de Independencia de la América Septentrional, que sería enarbolado por la bandera creada el 24 de febrero, cuyas tres franjas representaban la unión, la libertad y la religión católica.

Logró concertar con Juan Odonojú, último jefe político de la Nueva España, la independencia de México, que significaba un contundente rechazo a la Constitución de Cádiz, promulgada en 1812.

El 27 de septiembre de 1821 entró triunfante a la ciudad de México el Ejército Trigarante comandado por Iturbide, y al día siguiente fue signada el acta que reconocía la independencia de la nación.

Proclamado como emperador, en 1823 se vio obligado a abdicar y a exiliarse a Europa. Un año después, el 15 de julio de 1824, regresó para advertir sobre un intento de reconquista de México, desconociendo que el Congreso lo había declarado traidor. A su llegada, el hombre que había materializado nuestra independencia poniendo fin a once años de guerra interna, fue aprehendido y fusilado unos días después.

La historia ha sido tan injusta, que México celebra su independencia no en la conmemoración del día que la obtuvo, sino la noche de cada 15 de septiembre en ocasión del cumpleaños de Porfirio Díaz, otro personaje al que la historia ha tratado con injusticia, aunque ello no justifica que el bicentenario de la independencia haya sido celebrado en 2010 y no en 2021, como en acto de justicia corresponde.

Por: Marco Antonio Mendoza Bustamante 
Abogado, escritor y Diputado Federal

alg

Temas