COLUMNA INVITADA

Incertidumbre, nuestra única certeza

El coronavirus vino a tambalear y sacudir todas nuestras creencias

OPINIÓN

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Pedro Angel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

El sociólogo alemán Hartmut Rosa, después de haber publicado la obra maestra que es su Aceleración Social, ha escrito un opúsculo, La incontrolabilidad del mundo, que es muy relevante para nuestros tiempos pandémicos y -esperemos que pronto- postpandémicos. La pregunta central que se hace el pensador es cómo entrar en “resonancia” con otras personas y con las cosas o la realidad. Justamente la clave es no hacerlo queriendo controlar el resultado de esa relación, o de esa percepción, sino dejarse tocar en realidad por la experiencia, aunque resulte poco confortable o incluso francamente difícil y doloroso.

Solo quien se deja “afectar” por las experiencias y las interacciones es capaz de crecer, de volverse en sus propias palabras, “auto eficaz” y por lo tanto es capaz de transformarse adaptativamente. Buena parte de nuestras creencias sobre la realidad y el mundo antes de marzo de 2020 y del Covid-19 se sentían solidas. La gente creía que la salud, en buena medida le estaba garantizada, igual que un empleo, un techo o comida. Vivíamos la mayoría ensimismados por nuestra propia ilusión en la certidumbre de la realidad. Hoy no solo sabemos que todo es incierto, que los seres humanos somos frágiles en lo individual y también como especie y que todas nuestras certezas pueden caerse en un abrir y cerrar de ojos.

Pero la ilusión mayor, la que más se ha disipado, es la de la controlabilidad del mundo. Creemos -o creíamos- que lo sabíamos todo y además que teníamos las herramientas de la razón o de la ciencia para que aquello que no conocíamos de inmediato pudiésemos “controlarlo”. Sentíamos que el mundo era visible, presente, accesible, manejable. El modelo de nuestra relación con el mundo tenía algo de colonial. Conquistar el mundo, hacerlo nuestro, domesticarlo. La crisis del cambio climático, antes de la pandemia, fue la primera llamada de atención, pero pocos quisieron hacer caso a los científicos o a una niña de 14 años entonces, Greta Thurnberg. Aquí, en El Heraldo, escribí sobre esa toma de conciencia de una generación entera que se daba cuenta de que eran los últimos años -son, de hecho- en que podemos revertir la destrucción de nuestro planeta.

El coronavirus vino a tambalear y sacudir todas nuestras creencias. Nos encerró -nos mantiene de hecho encerrados aún-, nos enfermó, nos mató. Nos modificó radicalmente en nuestras interacciones humanas más nimias (un abrazo, un beso, un saludo) y vino a decirnos que no habrá nueva normalidad. Es más, nos vino a decir contundente que lo normal nunca fue normal, que era una ilusión de controlabilidad, para seguir usando a Harmut Rosa en nuestra reflexión.

El proyecto de la modernidad -esa era que estertora-, controlar el mundo, ha colapsado del todo. El problema es el caos que nos circunda y que incluye el deterioro de la democracia, la crisis del capitalismo y el propio cambio climático. Que el mundo hoy sea más incontrolable es aún peor que antes de la modernidad, porque somos ya incapaces de esa auto eficacia, de establecer una relación de adaptación y transformación cuando somos confrontados con la incontrolabilidad. Es algo que Chernóbil nos puso frente a los ojos, que la crisis del cambio climático, la crisis racial, la crisis de justicia social y la crisis sanitaria del Covid-19 colocaron en primer plano. Rosa está consciente del pesimismo de su librito, pero también afirma que no se trata de la última palabra, sino del diagnóstico, de la radiografía del presente.

Pensar con seriedad sobre nuestras vidas privadas, sobre las certezas que nos sostenían, sobre nuestros sistemas políticos y económicos es un primer paso. La condición, sin embargo, es que no sea nuevamente desde la posición arrogante de la modernidad, es decir desde la certeza del conocimiento, sino desde la incertidumbre. Nuestra exasperación, afirma Rosa, no radica en lo que aún se nos niega, sino en todo lo que hemos perdido porque ahora lo “controlamos”. Se trata, lo sé, de un cambio brutal de paradigma. Nuestras dolorosas experiencias de estos meses debieran ser, sin embargo, suficiente muestra de que estábamos equivocados en nuestro enfoque. Nosotros, los bastardos de Voltaire, debemos reconocer que los sueños de la razón producen monstruos.

Y debemos abrazar la incertidumbre, la antifragilidad como postura, para seguir a Nasssim Taleb. Lo robusto no tiene la flexibilidad para adaptarse, lo frágil se rompe. Solo lo antifrágil puede adaptarse, transformarse y crecer.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU