COLUMNA INVITADA

Saber perder

Los últimos días de Trump en la Casa Blanca pueden ser aún más caóticos y autoritarios. Hay miedo y una nada infundada incertidumbre

OPINIÓN

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Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

De las muchas lecciones que los niños estadounidenses van a recibir, tristemente, de este periodo poselectoral tan caótico, es que, mintiendo, denostando a los otros, destruyendo la confianza en la verdad, se pueden obtener resultados. Y nada magros: Trump lleva más de doscientos millones recaudados en su esfuerzo por cambiar los resultados electorales.

Lo ha intentado todo y hasta ahora ha fracasado en todo. Más de cincuenta demandas en los estados que no votaron por él, cientos de llamadas presionando a los líderes republicanos para que lo ayudaran a robarse las elecciones, presión personal y mediática para que más de cien diputados y 17 estados de la Unión se anexaran a la absurda petición de Texas a la Suprema Corte, pidiendo la anulación de las elecciones en cuatro estados clave, lo que le hubiese dado la victoria. Los propios magistrados de la corte más alta, tres de ellos puestos por Trump y con mayoría conservadora decidieron preservar la ley en lugar de la mentira y la conspiración.

Ahora, según reportes, quiere nombrar a Sidney Powell -la abogada conspiracionista, seguidora de Qanon y quien revivió a Hugo Chávez- en fiscal especial para investigar el fraude electoral, incluso durante el periodo de Biden. Su recién perdonado, Michael Flynn le propuso además que invocara la ley marcial y volviera a hacer elecciones en esos estados que ahora no le fueron favorables como en 2016. Incluso pidiendo que el gobierno incaute las máquinas usadas para las votaciones. El fiscal general Barr antes de salir por la puerta trasera dijo que no veía ningún motivo. De hecho, fue cesado por decir que las elecciones no fueron fraudulentas.

Los últimos días de Trump en la Casa Blanca pueden ser aún más caóticos y autoritarios. Hay miedo y una nada infundada incertidumbre. Allí lo ha visitado, además de estos dos personajes de comedia bufa, el bufón mayor: Steve Bannon, quien es también perseguido y juzgado en Nueva York por defraudar a los ciudadanos con un esquema supuestamente implementado para ayudar al presidente a pagar su ominoso muro con México, y del que Bannon más bien parece haber obtenido jugosos dividendos. Quizá este individuo como el tristemente célebre Rudolph Gulianni a estas alturas solo busque que el presidente también lo perdone y logre así evadir la justicia.

Nunca imaginamos, querida lectora, querido lector, que en la llamada mayor democracia del mundo, el presidente dedicara los últimos días a perdonar criminales cercanos a su proyecto y además se dedicara a ejecutar a convictos que esperaban la pena de muerte, pero cuyos procesos han sido dudosos y han pedido clemencia. Palabra que Trump no conoce, de la misma manera que ignora toda forma de empatía. Su legado político, el que sea, será oscurecido por este final en donde mientras el país muere de COVID-19, no hay camas en los hospitales, la crisis económica se agudiza para una buena parte de la población que se ha quedado sin empleo y teme ser evacuado de su casa; miles de negocios han tenido que cerrar y la crisis racial ha dividido al país de forma brutal; mientras todo esto ocurre el presidente se cruza de brazos, ignora al país y solo piensa en sí mismo.

Es una radiografía en realidad: durante estos años solo pensó en sí mismo, no en el país, la república, la democracia o al menos en sus ciudadanos. Esos mismos que creyeron que drenaría el pantano, que, al venir de afuera, cambiaría la política anquilosada de Washington. El triste magnate de Manhattan no hizo nada de eso: enriqueció a su familia, se rodeó de mafiosos, algunos de ellos aún en la cárcel o sujetos a investigación; minó hasta la destrucción las instituciones y la credibilidad de la democracia y sumió a su país en tres crisis profundas, todas rodeadas por el clima de odio y supremacismo blanco que enarboló desde que en 2015 bajó de la escalera de su torre.

Nos deja más pobres, más enfermos, más divididos, más polarizados, menos democráticos, menos equilibrados políticamente (solo hace falta ver los cientos de jueces conservadores que nombró), más aislados políticamente que nunca y menos tolerantes con la verdad, menos empáticos aún, menos confiados a la ciencia y a los expertos.

Sé que no es buena noticia de Navidad, pero creo, queridos lectores de El Heraldo, que aún no vemos lo peor, que la democracia nos agarre confesados antes del 20 de enero.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU