Comenzó a escribir tarde, a los 27 años, pero sus versos lograron conquistar la literatura nacional. A un cuarto de siglo de la muerte de Guadalupe Amor (1918-2000), más conocida como Pita, su legado y su memoria continúan brillando con fuerza, resonando en las letras mexicanas. Mientras que sus versos, afilados como cuchillos y dulces como veneno, siguen anidando en los recovecos del alma.
Autora de más de una treintena de libros, entre ellos Yo soy mi propia casa, Polvo y Décimas a Dios, su obra no sólo atestigua la grandeza de su escritura, sino también la huella imborrable de una mujer que nunca temió mostrar tanto su dolor como su alegría. Fue considerada una escritora de fuerza indomable, que vivió y escribió con una intensidad rara, difícil de encontrar.
El escritor Michael K. Schuessler, quien le dedicó el libro La undécima musa, la describe como una pluma afilada que desató una revolución literaria y que desafió las convenciones de su tiempo, ya que, su feroz independencia la convirtió en una mujer amada pero incomprendida, que se atrevió a ser diferente, con una excentricidad que se convirtió en su sello personal y en un escudo frente a las adversidades de la vida.
Pita incursionó tempranamente en el cine y en el teatro, disciplinas que, al igual que su pasión por la poesía, fueron influenciadas por figuras literarias como Francisco de Quevedo, Luis de Góngora y Sor Juana Inés de la Cruz, cuyo trabajo le recordaba que la poesía no sólo se escribe, sino que debe vivirse con todo el ser.
Hasta la fecha, sus obras, sus versos, constituyen una audaz defensa de ella misma y de su arte, ya que, con brillante lucidez, la poeta se reafirmó ante los fuertes ataques de quienes, dentro del ámbito intelectual dudaban de que una mujer joven, bella y extravagante como ella, pudiera escribir los poemas que publicaba.
Además de ser escritora, Guadalupe Amor también fue actriz y musa de fotógrafos y pintores destacados como Diego Rivera, Juan Soriano y Raúl Anguiano, así como amiga de personalidades como Frida Kahlo, María Félix, Gabriela Mistral, Salvador Novo, Pablo Picasso, Juan Rulfo, Alfonso Reyes y Elena Garro, de quienes aprendió el valor de la amistad, la locura y la certeza.
Sin embargo, tras la pérdida de su hijo Manuelito, su poesía perdió el fulgor inicial, y muchos de sus libros pasaron desapercibidos en su tiempo. A pesar de ello, su obra logró fusionarse con el arte, dando lugar a una producción llena de belleza y reflexión que sigue siendo un testimonio de su genio literario.
El duelo significó autoimponerse el silencio. Durante más de un lustro, la voz de Pita cesó, pero la ebullición poética continuó y en 1966 aparecieron Como reina de barajas y Fuga de negras, que se sumaron a los diez poemarios que ya había publicado.
Por Azaneth Cruz
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