Playa Bagdad, dice Antonio Ramos Revillas (Monterrey, 1977), no es una novela sobre la violencia en el norte de México, pero no la soslaya; tampoco es una historia sobre las desapariciones, pero es el punto de partida. La motivación principal es hablar sobre la complejidad de las relaciones humanas y sobre la memoria, sobre lo que nos construye a partir de lo que recordamos.
El libro publicado por Alfaguara cuenta la historia de Marcelo y Miguel, los hermanos Santiago, quienes están unidos por una complicidad de una vida infantil y juvenil en común, con terrores infantiles, despertares amorosos, enfermedades y aniversarios. La vida de esta familia sucumbe cuando dos de sus miembros desaparecen en las calles de Matamoros, en las orillas de la Playa Bagdad.
“Es una de las novelas más ficcionales de las que he escrito, en cuanto descubrí que la relación de los hermanos era la constante, decidí que iba a desarrollar dos ideas: la primera es que son dos hermanos que comparten la misma historia hasta que cada quien toma su derrotero, la segunda es que cada quien es víctima o es bendecido, pero cada uno construye su propia historia”, dice.
Y añade: “Se propone una desaparición, pero es más bien una decisión propia, cuando un personaje decide hacerse a un lado, pero aun así tiene el peso o tiene la responsabilidad de transmitir su historia a otros. Marcelo perdió a sus papás en Matamoros y, a partir de ahí, nos damos cuenta de que será una novela sobre hermanos, sobre un hermano que le cede al otro su memoria”.
Este viaje a un pasado en común se narra desde el suspenso, pero, asegura el autor, no se trata de una novela negra. “Es un thriller porque yo necesitaba guiar a los lectores por territorio de Matamoros y por la Playa Bagdad. Una novela que se afinca tanto en la memoria tenía que contarse así. He pensado en que la memoria es un centro de gravedad, alrededor del cual gravitamos para poder entender el presente y es así como construimos las imaginaciones del futuro.
Ubicar la historia en Tamaulipas le permite hablar sobre la violencia que se vive en el estado. “No es un prejuicio, es una realidad. Una vez, un gobernador dijo que Tamaulipas era otra, que no era lo que se decía, y fue asesinado en la carretera, es decir, lo que presentó en la novela es cierto, pero toda esa violencia que sí pasa oculta otras realidades como las comunidades trabajadoras, ocultan a gente que se gana el día día a día que, que se vuelve rico en esos sitios, que se enamora, que encuentra su espacio vital”.
Desde hace más de 20 años, hablar de la crisis de civilidad que se vive en esa región fue una constante en el arte, hoy, considera el autor, no se puede no retratar la realidad. “Cambian las personas, pero los escenarios, las situaciones se repiten como en un continuo macabro. Esta violencia tiene que ser asumida con cierta integridad y cierta honestidad por parte del creador, no simplemente utilizarla como un foco de artificio”.
Por Alida Piñón
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