Pensando en la trascendencia que tendría después de su partida, Abraham Zabludovsky (1924-2003) decía a sus hijos: “Ustedes no se van a poder salvar de mí, los médicos entierran sus errores, pero los míos están allí y no van a evitar verlos”. El arquitecto tenía razón, nadie puede ignorar ahora edificios como el de El Colegio de México, la UPN, el Museo Tamayo o el Auditorio Nacional, que se han vuelto emblemáticos en la urbe.
“Siempre decía que la arquitectura que no permanece no es arquitectura, es escenografía. Creo que el tiempo le ha dado la razón porque sus obras han permanecido y están allí”, dice su hijo Jaime.
Uno de los grandes temas que le ocuparon, junto con su socio Teodoro González de León, fue el mantenimiento que las obras requerían con el tiempo, así llegaron a una solución: “A la mezcla del concreto, en vez de ponerle grava, le pusieron pedacería de grano de mármol que es más resistente y se consigue una superficie con brillo, muy imperfecta, que no requiere detalles muy finos y no requiere mantenimiento”.

Por estos días, la familia del arquitecto, sus amigos y colegas, le recuerdan en el centenario de su natalicio, para eso han organizado una serie de charlas, exposiciones e incluso la “Guía Zabludovsky” que, editada por Arquine, incluye 48 paradas que permiten recorrer las obras más emblemáticas del proyectista por la ciudad.
La publicación se suma a una serie que ya incluye a otros arquitectos (O 'Gorman, Goeritz, Legorreta, González de León), pero en el caso de Zabludovsky, explica Miquel Adrià, “el trayecto es muy claro porque coincide la cronología con los lugares: casi todas sus primeras obras se dan en la Condesa y son edificios de departamentos, años 50, principios de los 60, después Polanco y Tecamachalco; luego, a partir de un cierto momento en el que se junta con Teodoro para un proyecto de vivienda colectiva en Mixcoac, empieza una nueva serie, sobre todo de edificios públicos”.
Esa época será la que consagrará a Zabludovsky en el imaginario citadino. “Hay momentos en el que tuvieron un momento singular, en el que tanto Abraham como Teodoro, fueron como Pancho Serrano, que eran la arquitectura casi oficial, como Pedro Ramírez Vázquez, no del régimen, pero si oficial”, recuerda Adrià.
Por Luis Carlos Sánchez
EEZ