Gerardo Murillo, Dr. Atl, se consideraba un “simple caminante del mundo” que recorrió todos los lugares posibles. Sus ojos no dejaban de admirarse ante la belleza de los paisajes, de los atardeceres y las puestas de Sol. Tomó muchas fotografías, pero el resultado le parecía irreal. “Todo era falso, así que un día pensé en que yo mismo iba a dibujar, la afición me viene directamente de la naturaleza, mis cuadros son muy sinceros, no sé si sea un mérito o una casualidad”, dijo en 1962 a un joven Jacobo Zabludovsky.
Su obra, en definitiva, no fue una casualidad y por sus méritos fue considerado uno de los más destacados paisajistas mexicanos de principios del siglo XX. Sus monografías sobre las iglesias de México y las artes populares fueron en su tiempo revelaciones fundamentales. Se interesó en el estudio de la vulcanología: realizó trabajos científicos, ilustraciones y pinturas de los volcanes de México, en especial del Popocatépetl y del Paricutín, así como de otras partes del mundo
Incluso hizo algunas aportaciones técnicas en la pintura son los Atl-colors, una pasta dura compuesta de cera, resina y petróleo, usados como pastel sobre cualquier superficie: papel, madera, yeso, tela, etc.; y el aeropaisaje, que explora la representación paisajística desde el aire.
La vida del Dr. Atl, nombre con el que lo bautizó definitivamente en París el poeta Leopoldo Lugones, es una de las más fascinantes en el árbol genealógico de la pintura mexicana y ha sido ampliamente estudiada por los especialistas. Por ejemplo, Vicente Quirarte en el libro Constitución y Literatura, editado por el Instituto de Investigaciones Estéticas, lo define como un hombre clave en diversos periodos de la historia.
Fue activo en la Revolución Mexicana, se afilió apasionadamente al carrancismo, en el que tuvo a su cargo la organización de los batallones rojos y tuvo una actuación decisiva en la Casa del Obrero Mundial. Al mismo tiempo que estallaba una revolución en su país, se interesó vivamente en la actividad volcánica, como lo demuestra la temprana publicación, en 1913, de Les volcans du Mexique. Posteriormente, en 1950 daría a luz Cómo nace y crece un volcán. El Paricutín, que comenzó a formarse en la parte norte de la base del piso de Tancítaro, Michoacán, en 1943.
A la pluma de Atl se deben descripciones vívidas del hecho. Sus aportaciones en el tema fueron decisivas para la historia del vulcanismo mexicano, y no le fueron a la zaga las que hizo a la pintura del paisaje mexicano.
Su vida personal también fue motivo de novelas, estudios y libros académicos, sobre todo por su matrimonio con Carmen Mondragón, Nahui Olin, una de las artistas más conocidas en los años 20, cuyo amor de cinco años despertó la curiosidad de los biógrafos por la pasión y la iracundia que los caracterizó como pareja.
“La relación entablada entre Nahui y Dr. Atl era de extremada rebeldía. Breve pero feliz paraíso, el intenso amor que los unió al principio, no solo les permitió alcanzar una vida plena en el campo de los afectos, sino que redundó también en un riquísimo diálogo intelectual y estético que derivó en una muy fructífera producción artística, cuya trascendencia merece por fin ser reconocida”, ha dicho la investigadora Dina Comisarenco, especialista en la pareja.
Atl falleció el 15 de agosto de 1964, hace 60 años y, a la fecha, la obra del gran paisajista de México sigue siendo parte de exposiciones y publicaciones.
EEZ