En algún pasaje de las sagradas escrituras, se lee que “el enojo da lugar al diablo”, pero aquel 1 de noviembre de 2003, los Diablos Rojos del Toluca dieron lugar a la alegría, con una de las goleadas más recordadas, 6-0 sobre el América, y a un gol que muchos posicionan como de los mejores —o el mejor— en la historia de la Liga MX.
Se jugaba la Jornada 16 del Apertura 2003. Los Escarlatas recibieron a las Águilas que, según las crónicas de la época, no pudo llenarse por los altos precios de las entradas y la reventa. En esos tiempos, las frescas tardes sabatinas enmarcaban a una de las más endiabladas generaciones del cuadro mexiquense.
Con el 4-0 en el marcador, después de las anotaciones de Vicente Sánchez (11’), José Saturnino Cardozo, de penalti (38’), Salvador Carmona (53’) y Rafael García (68’), vino nuevamente el delantero paraguayo para firmar una obra, no a cuatro manos, sino a cuatro piernas.
¿Cómo fue el gol de Cardozo que se quedó en la memoria de los aficionados?
Vicente Sánchez robó el balón a José Antonio Gringo Castro en campo rojo y prolongó por esa misma banda izquierda para el Príncipe Guaraní, que eludió a un defensa con una pantalla, para darse el autopase y dejar que la pelota corriera. Después la levantó en su mismo salto ante la barrida de Ricardo Cuervo Rojas, que se fue de largo, haciendo surco en el césped.
La zancada de Cardozo se alentó para apoyarse, de tres dedos, hacia el centro con Sinha, que le devolvió la pared con un taco. Saturnino devolvió a Antonio Naelson, que dejó el balón, con apenas un toque, a la galopante llegada de Chiquis García, ingresando al área y centrando raso ante el habitual sonido de un ave paraguaya que empujó al fondo el propio Pepe, al minuto 75.
“Es un gol inolvidable en cuestión de tanto entendimiento que teníamos, por el entrenamiento que nos tocó participar juntos. Nos entendíamos de maravilla. Cardozo tenía un chiflido que yo ya me sabía; amagaba para ir al primer poste y aparecía en segundo. En ese momento tenía la oportunidad de tirar, pero ya sabía que José estaba ahí, le puse el gol y salió fantástico”, dijo Rafael García a El Heraldo de México.
Fueron seis pases al compañero, entre cuatro de los mejores jugadores de aquel Toluca, que dejaron sin oportunidad a cinco americanistas, contando al portero Alberto Becerra, y a un sexto que apenas entró al área para ver de cerca la infernal pintura. “Además fue contra un rival al que siempre le querías ganar, como era el América. Una tarde redonda, años muy buenos”, agregó. El propio delantero de los mexiquenses cerró la cuenta de 6-0 con otro gol de penalti (83’).
No hubo una plasticidad en el remate, ni espectacularidad individual; tampoco vuelos ni fantasía, pero sí estuvo presente lo que muchos olvidan en la obviedad del balompié: la colectividad.
En una de las tantas máximas que dejó el periodista argentino Dante Panzieri, refirió que “una de las leyes naturales del futbol que más hermoso lo hace, es aquella de que todos necesitan de todos, o nadie puede subsistir o triunfar por sí solo. El futbol es amistad”.
“Además de ser extraordinarios jugadores, Sinha, Vicente y Cardozo, eran grandes personas y eso hizo que el equipo brillara durante muchos años”, remató el apodado Chiquis, asistente de José Saturnino en esa anotación.
El gol trasciende en el tiempo, entre chilenas, tiros libres, disparos de larga distancia, escorpiones, palomitas y otras especies en la fauna de las anotaciones en la Primera División de México, ahora Liga MX.
“Todavía, cuando voy en la calle, muchas personas me lo recuerdan y me enseñan que lo traen grabado”, reconoce García, parte de la cuadrilla que hizo, con toques a ras de pasto, uno de los mejores goles del futbol mexicano o, tal vez, el mejor.
edb
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