Cúpula

60 años del Centro Universitario de Teatro: Trabajo, pasión y talento

En el aniversario de la institución cultural universitaria, su director expone los retos a los que se enfrenta el espacio, en víspera de convertirse en escuela nacional

60 años del Centro Universitario de Teatro: Trabajo, pasión y talento
Puesta en escena King Kong Cabaret, 2018. Dirección Lorena Maza Foto: José Jorge Carreón. Cortesía CUT

Este 2022 celebramos 60 años del Centro Universitario de Teatro (CUT). Ahora, que nos encontramos ante una encrucijada, en la víspera de cambios mayores para la escuela y para el teatro mexicano. Hace seis decenios, el maestro Héctor Azar, junto con un grupo de colaboradores, fundó un nuevo espacio de trabajo artístico dedicado al teatro que, desde entonces y a lo largo de todos estos años, se ha desarrollado vigorosamente en el marco de nuestra universidad y para bien del teatro mexicano. Desde entonces, en el CUT se han formado sin descanso generaciones de artistas escénicos que han dado lustre al teatro y al cine mexicano, en nuestro país y fuera de él. En su mayoría ha formado actores, pero no únicamente. También de sus aulas han egresado directores de escena, diseñadores, profesores, investigadores y gestores culturales.

Quiero comenzar estas palabras agradeciendo y reconociendo la generosidad del entorno que ha hecho posible el proyecto del CUT, sin faltar en reconocer un hecho esencial: sin la UNAM, nuestra alma máter, un proyecto de esa naturaleza difícilmente se hubiera abierto camino en la selva de las instituciones académicas. La UNAM ha nutrido, apoyado, debatido, y siempre acogido con amor, con interés y compromiso, este proyecto formativo y artístico que nació más cerca de la praxis escénica que de la vida académica tradicional de las universidades. Por eso surgió en el seno de lo que es ahora la Coordinación de Difusión Cultural y no en otra área. La UNAM ha impulsado el desarrollo de nuestro centro otorgándole el cobijo de un marco institucional indispensable. Tenemos que estar conscientes de esta circunstancia admirable y extraordinaria.

La importancia de revisar nuestra historia no radica en regodearnos en nuestro pasado legendario, sino en preguntarnos desde el presente: ¿de dónde venimos?; de inspirarnos en la audacia de quienes nos precedieron cuando tuvieron que enfrentarse a los desafíos de su época. Nos corresponde hacernos de similar fuerza, imaginación y audacia, con las que nuestros antecesores afrontaron los desafíos de su tiempo para aplicarlas a nuestro presente. No tenemos una historia sin contradicciones, sin errores. Poseemos una historia apasionante en la que se pueden observar los riesgos que se han corrido en esta gran aventura humana que es el universo del teatro mexicano, proponiendo caminos, probando puntos de vista —acertando, equivocándonos, corrigiendo, siempre comprometidos con el teatro—. Abrevemos del pasado, no nos quedemos en él.

Hagamos un breve recuento: comencemos por el ímpetu fundacional, organizativo y creativo de Héctor Azar; recordemos a Héctor Mendoza y la formalización de una escuela universitaria a partir de la cual se pudo renovar el movimiento teatral mexicano, así como la profundización de este camino a través de la audacia creativa y la experimentación incesante de Luis de Tavira, a cuya iniciativa debemos también la consecución de nuestra sede actual en el Centro Cultural Universitario. 

Cómo pasar por alto el admirable caos creativo y estimulante de Ludwik  Margules, del brazo de nuestro gran escenógrafo e iluminador Alejandro Luna, ambos detonadores de la pasión por el teatro de directores de escena y diseñadores; tampoco olvidemos el espíritu de resistencia de José Caballero y Raúl Quintanilla, reconocidos maestros de actores que estuvieron al frente de este centro, en tiempos de una difícil crisis universitaria; ni la heroica navegación en aguas tempestuosas de David Olguín, que siendo secretario académico de un CUT acéfalo, tuvo el valor, la inteligencia y el compromiso para lograr sortear aguas peligrosas; tampoco olvidemos el rigor y la disciplina de Raúl Zermeño, quien  devuelve forma a la escuela después de ese difícil periodo de crisis. Indispensable también resultó el énfasis por el gusto y el placer de hacer teatro propuesto por José Ramón Enríquez, además de lograr la ampliación de nuestra infraestructura y, por último, reconozcamos la consolidación institucional conseguida por Antonio Crestani, logro al que debe sumarse la conclusión de las ampliaciones a nuestras instalaciones.

Titulación en el CUT, 2021. Foto: José Jorge Carreón. (Créditos: CUT)

Ellos no alcanzaron estas metas solos, desde luego. Lamento que en esta lista no incluyo nombres de mujeres. Desafortunadamente aún no las ha habido en este cargo y este es, sin duda, otro de nuestros pendientes. Sin embargo, el CUT no tendría la historia que tiene sin el talento y compromiso de muchas mujeres dedicadas a la pedagogía del teatro: Esther Seligson, Luisa Huertas, Jenny Ostrosky, Emma Dib, Julieta Egurrola, Laura Almela, Alejandra Gutiérrez, Anabel Rodrigo y Gema Aparicio, entre otras. Reconozcamos la incesante acción de profesoras y profesores, alumnos y trabajadores comprometidos. Todos ellos, en las buenas y en las malas, han hecho posible la historia del CUT.

Citaré a David Olguín, artista escénico egresado de este centro: “El CUT es ahora una comunidad innumerable, lo cimentaron artistas que son una leyenda viva, pues aún los que han muerto se encuentran cotidianamente para ser denostados, discutidos o venerados”.

Pese a las diferencias existentes en los planteamientos académicos durante los distintos periodos de su historia, nuestra escuela ha sabido mantener un espíritu común, esencia fundamental que nos da carácter y fortaleza. Una de estas características principales es el estrecho vínculo entre la formación escolar y los procesos creativos y de producción del teatro. Este vínculo se expresa de dos formas: con una plantilla de maestros activa y reconocida por su labor en los escenarios nacionales; y por el enfoque formativo que pone énfasis en el hecho escénico, especialmente en el último año de formación, cuando los alumnos participan en puestas en escena que siguen estándares profesionales.

Otra de las nuestras características fundamentales es el estricto proceso de selección, el trabajo con grupos pequeños de alumnos y la atención concedida al trabajo de equipo en la creación artística.

Nuestra historia no ha sido tersa, pero ha sido inmensamente exitosa y productiva. ¿Cómo es posible que una escuela tan pequeña en tamaño y alumnado haya tenido una influencia tan grande en nuestro teatro? La respuesta es: con trabajo, pasión y talento. Y con nuestra pertenencia a la UNAM, donde nació y se consolidó este gran proyecto. Ahora nos corresponde cuidar con orgullo esos logros: cambiemos todo lo necesario. Defendamos aquellas cualidades que han ayudado a construir una institución de formación teatral valiosa y referencial. 

Al principio de estas palabras afirmé que el CUT está ante una encrucijada. Me atrevería a decir que está ante una doble encrucijada. La primera, la de los tiempos difíciles para el desarrollo del teatro en nuestro país, aún más de lo que acostumbrábamos. La pandemia que ha golpeado tanto al gremio de las artes vivas, las políticas públicas y el mismo entorno social, que no son particularmente estimulantes para nuestro quehacer, nos cuestionan sobre qué teatro nos corresponde hacer, cómo y para quiénes. Estas preguntas sí que son estimulantes y urgentes. 

Por otra parte, el CUT se encuentra en la víspera de su transformación en Escuela Nacional, proceso que nos exigirá fortalecer nuestra vida colegiada y profundizar más los vínculos entre nuestra comunidad. Tenemos una larga lista de pendientes entre los que destacan la revisión de nuestro plan de estudios tras siete años de aplicación; continuar con la participación del CUT , en colaboración con la Facultad de Filosofía y Letras, la Facultad de Música , el Instituto de Investigaciones Estéticas y la misma Coordinación de Difusión Cultural, en la aprobación e implementación de la maestría en Artes escénicas y performativas —tarea impostergable—; poner a prueba la Guía de conducta como instrumento para desarrollar nuestro quehacer en un ambiente de confianza y sin miedo; encontrar el camino señalado por Rosa Beltrán, para que aún en el nuevo marco de una escuela nacional, podamos enriquecernos de los vínculos creativos y de producción con la Coordinación de Difusión Cultural. Continuemos desarrollando el ADN de nuestro centro, manteniéndonos como parte de los procesos creativos y de producción del teatro; fortalezcamos el camino para los artistas investigadores. 

Enfrentemos o abordemos estos nuevos desafíos con el gozo con el que hacemos teatro. 

Como el CUT también es un estado de ánimo, emprendamos con inteligencia y enjundia esta aventura vital que representa hacer teatro en México en el tercer decenio del siglo XXI.

PAL

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