CÚPULA

Galle y Tangalle, Sri Lanka: Gozo y patrimonio cultural (Amangalla y Amanwella Hotels)

Un extrordinario viaje para vivir experiencias espirituales, con gran belleza y exquisitos sabores

CULTURA

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Mangalla, Sri LankaCréditos: Aman Resorts

Con acierto casi bíblico en la elección de las ubicaciones y tesoros arquitectónicos donde instalan su filosofía de excelencia, la cadena hotelera Aman se esparce con un criterio esmerado por los distintos continentes. Ellos han construido desde hace años una manera única de viajar y de disfrutar la cultura, el patrimonio tangible e intangible y el arte de cada uno de los lugares en los que se establecen —siempre hemos tenido el deseo de ser mimados en cualquiera de sus santuarios—. Aterrizamos en Colombo, capital de Sri Lanka. La primera sorpresa es el paisaje dominante de vegetación exuberante: palmeras, árboles y plantas nos muestra un país amable a la vista acariciando nuestros ojos. Después de dos horas de trayecto en coche, avistamos Galle, ciudad histórica amurallada colonizada por portugueses, alemanes y británicos y patrimonio de la Unesco. El recibimiento es una mezcla de emoción y asombro con la cálida bienvenida que te hace sentir como si volvieras a un lugar donde se te conoce bien. La atmósfera de finura colonial se apodera inmediatamente de todos nuestros sentidos y nuestros ojos se posan sobre muebles, objetos, lámparas, como queriendo imaginar la vida que aquí tuvo lugar cuando los británicos habitaban este edificio que forma parte de las murallas históricas de Galle. El pasado de este emblemático hotel se remonta a más de 400 años. El acto del check in es una ceremonia única —como un acto íntimo—, cuidado hasta el mínimo detalle.

El tránsito a la habitación nos impresiona: techos infinitos sirven de cielo a una cama con columnas y ventanas de gran formato junto con todas las antigüedades que nos hablan del paso del tiempo, de la nobleza de todos los materiales que crean un conjunto tan armónico como bello. Los suelos de madera de teka te ponen los pies en la tierra con solemnidad. A la hora de la cena, una guitarra y un violín amenizan la velada que transcurre en el porche de la entrada. Aquí los baldosines en figuras geométricas se adueñan del espacio y escasas mesas que dejan privacidad más que de sobra pueblan la galería. El ritual del servicio sigue teniendo ese boato de tiempos pasados con lino, plata y copas de fino cristal. Una carta de muy bien seleccionados platos y producto fresco, bien cocinado y presentado con esmero nos hace disfrutar de la experiencia gastronómica y musical que se funden en un todo que potencia la magia, el arte y la belleza del lugar. Este país junto con la India tiene una larga tradición de medicina ayurvédica y los masajes son parte de esta filosofía milenaria que cuida mente y espíritu por igual, así que decidimos adentrarnos en esta experiencia que pertenece a su patrimonio intangible. Nuestro estómago pide nutrirse también después de alimentar nuestro espíritu y nos preparamos para la típica cena rotti del país. Un rosario de velas nos conduce con su luz tímida, pero decidida hacia el restaurante, la impresión nos sobrecoge. Una mesa vestida de gala que nos recuerda a los cuadros costumbristas del holandés Vermeer. Lino fino sobre el que descansan orgullosos platos de la época en que el hotel se llamaba The New Oriental. Música en vivo llega de la biblioteca adyacente.

EXTERIOR. Mangalla, Sri Lanka. (Créditos: Aman Resorts)

El pasado portugués, alemán y británico hace que nos encontremos distintos estilos arquitectónicos de distintas etapas. Lo interesante es perderse por sus calles y respirar la atmósfera local de este casco histórico. Un paseo con el que despedimos la ciudad antes de partir para nuestro próximo destino, Amanwella. Dejamos atrás Galle con sensación de nostalgia, expectantes para disfrutar nuestro siguiente destino. El viaje se convierte en una excursión donde la carretera nos enseña cómo pueden convivir sin conflicto aparente coches, personas y tuk tuks, cruzandose incesantemente entre ellos de forma aleatoria como si fuera un baile de ganchillo. Un alto en el camino en una reserva de tortugas marinas nos muestra estos animales viajeros danzar libres en el agua. Más tarde pasamos por una plantación de té, donde los campos verdes se entremezclan con los arrozales y nos brindan imágenes idílicas de un país que produce las hojas de té más deseadas y cotizadas en el mundo. Seguimos la ruta que el Océano Índico recorta ganando la partida a las palmeras. El verde del mar se bate en retirada contra el verde que enarbolan las espigadas palmeras en una visual armónica. El fin del recorrido es el final también del movimiento y el principio de la quietud. La amplia explanada que nos recibe explica en voz alta y clara con su silencio visual que hemos desembarcado en un templo de sosiego. Inspirado por Geoffrey Bawa y sus ángulos puros, esta representación del Modernismo Tropical Corbusierano, se hace patente. Estamos sobrecogidos por tanta belleza. Nos dan la bienvenida ofreciéndonos dos hojas de bulat para desearnos “Ayubowan” —larga vida feliz—.

PAL