Este libro no es una filosofía del tiempo en Occidente, ni una historia del tiempo desde la Antigüedad hasta nuestros días, ni un inventario de las técnicas cada vez más precisas para su medición; semejante labor, suponiendo que nos arriesgáramos a emprenderla, sería, probablemente interminable. Además, pienso, no sería necesariamente esclarecedor: sabríamos más, pero ¿comprenderíamos mejor? Se trata, aquí, de una travesía por Cronos, de un ensayo que inicia con una pregunta y organiza un hilo conductor. Como en mis libros anteriores, que se pueden leer como tantas otras paradas sobre las crisis del tiempo, la cuestión, repito, es la de una interrogante siempre abierta sobre el tiempo presente. ¿Qué es? ¿Dónde estamos con respecto al tiempo? Nuestro presente, que muy pocos describirían espontáneamente como “hermosa actualidad”, ¿de qué está hecho? El hilo conductor de este ensayo de historia conceptual es el operador del régimen de historicidad, cuyo objetivo siempre ha sido arrojar luz sobre las crisis del tiempo, esos momentos en que los puntos de referencia se tambalean y gana la desorientación, cuando las formas de articular pasado, presente y futuro se nublan.
Como siempre, es el viaje lo que me interesa: las crisis del tiempo, o esas “brechas”, como las llamó Hannah Arendt. Esos momentos en que aquello que ayer todavía estaba allí, en la evidencia, llega a oscurecerse y a desintegrarse, mientras que, en ese mismo movimiento, lo nuevo, lo inédito, busca ser dicho, aun sin tener (todavía) las palabras para poder formularlo. Durante mucho tiempo me acompañó esta frase de Michel de -Certeau: “parece que toda una sociedad dice lo que está en proceso de construir con las representaciones de lo que está en proceso de perder”. Tocamos aquí el inevitable desfase o retraso entre lo que sabemos y lo que vemos. ¿Cómo ver lo que nunca antes hemos visto y cómo decir lo que nunca se ha dicho? ¿Cómo dar a las palabras de la tribu no un sentido “más puro”, como buscaba Stéphane Mallarmé, sino un sentido capaz de significar lo inédito? A su manera, Valéry planteó la misma pregunta. Pero ¿acaso hoy la brecha entre aquello que nuestras sociedades están “en proceso de perder” y aquello que está aconteciendo se ha vuelto tan profunda que las sociedades ya ni siquiera saben qué “construir”, antes incluso de saber cómo construirlo? O, más grave aún, ya no sería posible construir, a no ser algo completamente diferente. Lo “indeducible” de Valéry se habría vuelto aún peor. Esta cuestión tan actual no dejará de acompañarnos a lo largo de nuestra investigación, abierta con la crisis cristiana del tiempo y su resolución, continuando con las crisis del tiempo moderno, y terminando con la crisis contemporánea del tiempo, la del Antropoceno.
Por lo tanto, las siguientes páginas no son todo sobre el tiempo ni el todo del tiempo, sino un ensayo sobre el orden de los tiempos y las épocas del tiempo en aquello que ha llegado a ser el mundo occidental. A semejanza de Buffon reconociendo las “Épocas” de la Naturaleza, podemos distinguir épocas del tiempo. Atentos al paso de una a la otra, nuestro viaje marcará su sucesión. Pasaremos así de las formas griegas de aprehender a Cronos, al Antropoceno (un tiempo que, en esta ocasión o por ahora, se nos escapa), deteniéndonos largamente en el tiempo de los cristianos, un nuevo orden de tiempo concebido e implementado por la Iglesia naciente. Porque con el cristianismo ciertamente se abre una nueva época del tiempo que, para los creyentes (incluso sin que ellos lo sepan realmente), aún continúa. Este tiempo cristiano puede ser reconocido como un régimen de historicidad específico, una forma sin precedentes de articular pasado, presente y futuro. Para decirlo desde el principio, por régimen cristiano de historicidad entiendo un presentismo: el presente es la categoría dominante, pero, en este caso, se trata de un presentismo de tipo apocalíptico.
PAL