CÚPULA

Dueto entre dos grandes: Roberto Cantoral y Armando Manzanero

Un encantador encuentro entre los grandes compositores Roberto Cantoral y Armando Manzanero

CULTURA

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Roberto Cantoral y Armando Manzanero. Foito: CuartoscuroCréditos: Foito: Cuartoscuro

El maestro Manzanero esperaba la mudanza. Lo habían dejado llevarse un objeto nada más, sin pensarlo escogió su piano, que para él era como su cabeza o sus manos, algo que simplemente le pertenecía. Mientras acompañaba al atardecer en una banca, escuchó que alguien tarareaba una canción que él había escrito: “Esta tarde vi llover, vi gente correr y estabas tú…”.

    Manzanero volteó para ver quién le había cambiado la letra tan sutilmente a su canción, y tras un momento, reconoció a la figura que se acercaba lentamente cortando el aire con su voz. De la emoción, le llovieron lágrimas.

—Hermano, ¡qué gusto volver a verte! –dijo Armando.

Roberto Cantoral lo abrazó y esperó a que su amigo se soltara primero. No había esperado años y décadas por este reencuentro como para darle un abrazo mediocre.  

—Te tardaste bastante en alcanzarme, ¿tu reloj no marca las horas? –le reclamó divertido Roberto.

—No fue nada personal, ya lo sabes—respondió Manzanero con carcajadas.

—¿No me digas que estás esperando a que llegue tu piano? Aquí las mudanzas tardan un poco, con eso de que los objetos cruzan otra dimensión, no es tan fácil, mi querido amigo. Porque escogiste el piano, ¿verdad?

      Armando asintió, parecía que cargaba con un profundo dolor, un dolor que pesaba tanto como su piano.

—Estás preocupado por tus hijos, ¿no es así? —preguntó Roberto con cariño.

     El maestro Manzanero sonrió con ojos tristes. Hubo un instante de silencio, un silencio que a los músicos les duele y estorba.

 —Por eso no te preocupes, Armando, van a estar bien y los puedes ver cuando quieras, incluso les puedes echar una mano desde acá, llegaste al cielo, amigo, no estás en cualquier lado. Cuando los quieras ver y ayudar sólo tienes que tocar tu piano, que fue el instrumento terrenal que elegiste. Mira, así funciona…

Roberto Cantoral sacó su guitarra y empezó a cantar: “Dicen que la distancia es el olvido, pero yo no concibo esa razón, porque yo seguiré siendo el cautivo…”

    Armando vio cómo se abrían las nubes y aparecía la familia de Roberto: su hija Itatí, sus hijos Roberto, Carlos y José; hasta los nietos de su amigo estaban en aquel reflejo suspendido en la atmósfera. Roberto cambió la música por palabras.

—Siempre que quiero comunicarme con mis hijos lo hago a través de la música, no conozco otro idioma, creo que tú tampoco. Como verás, mi querido amigo, aquí la música, la fiesta y las noches de bohemia nunca terminan para los Cantoral y eso que yo siempre decía… A dormir a la eternidad, pero resulta que aquí la noche también es eterna. Ven a cenar hoy a la casa, Itatí estará feliz de verte, está muy agradecida contigo por todo lo que hiciste por ella y por mis hijos cuando yo partí en la barca que nunca regresó.

—¡Maestro Manzanero! —gritó un ángel de la compañía de mudanzas.

    Armando se asustó y después miró con curiosidad al ángel.

—¡Su piano ya está aquí! –dijo el hombre celestial presumiendo sus alas.

    Roberto le sonrió a su amigo, le dio una palmada en la espalda, se levantó, las guayaberas blancas se dieron un abrazo.

 —Sin más preámbulos, nos vemos hoy en la noche, Armando. No olvides el piano, hermano. No sé tú, pero yo no dejo de pensar que hoy cantaremos juntos otra vez.

Por Mariola Fernández

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