PAUL WESTHEIM

El suscitante arte prehispánico

“Hasta ayer”, escribió Paul Westheim en la primera entrega de 'Artes de México', “el mundo había considerado sus grandiosas y singulares creaciones como documentos históricos de una cultura fenecida hacía cuatrocientos años”

CULTURA

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REPRODUCCIÓN. Pirámide de la Serpiente Emplumada, Teotihuacan. Museo Nacional de Antropología. Foto: Melitón Tapia, INAH.Créditos: Melitón Tapia, INAH.

Era probable, en  su opinión, que lo que diera lugar a este descubrimiento fue la reorganización en 1947, del Museo Nacional

En los novecientos cincuenta, Paul Westheim postuló con entusiasmo que se vivía la hora del descubrimiento del México antiguo. Fue, sin exageración, como si de pronto hubiera saltado de la penumbra la obra de los graves, voluptuosos, imaginativos, dinámicos, expresivos, lúdicos y hábiles ceramistas y escultores del pasado indígena, ya fueran parte de jóvenes pueblos rudos o bien sofisticados, y atraparan todas las palabras.

“Hasta ayer”, escribió Westheim en la primera entrega de "Artes de México" del año 1955, “el mundo había considerado sus grandiosas y singulares creaciones como documentos históricos de una cultura fenecida hacía cuatrocientos años”. Y añadió enseguida: “Estas creaciones, en su mayor parte excavadas en los últimos decenios, habían exigido ante todo y en primer lugar una labor de exploración arqueológica, difícil y a menudo genial, y un paciente esfuerzo por clasificarlas, por situarlas en el tiempo y en el espacio y por interpretar su significación ritual.

"Fuente del Paraguas". Obra de José Chávez Morado, Museo Nacional de Antropología. Foto: INAH.

Museo Nacional

Obras inaccesibles, enigmáticas para el hombre de civilización occidental, que no puede aplicar a ellas las normas acostumbradas; que ignora los supuestos espirituales, anímicos y artísticos desde los cuales se concibieron”. Era probable, en opinión de Westheim, que lo que diera lugar a este descubrimiento artístico del México antiguo fue la reorganización, en 1947, del Museo Nacional, “cuyo riquísimo tesoro de obras prehispánicas no había sido hasta entonces sino una colección para fines de estudios arqueológicos”.

Si a lo anterior se añade que el Museo de Artes Plásticas en el Palacio de Bellas Artes incluyó, desde su creación en 1947, una sala consagrada al arte del México antiguo, todo indicaría que ahí apareció una manera más de ver los vestigios de las civilizaciones surgidas en el territorio conocido ya como Mesoamérica.

Esta manera de ver se empezó a construir al día siguiente que el menosprecio y la destrucción dieron lugar al interés, acopio y estudio.

En 1893, Manuel G. Revilla decidió arrancar su estudio sobre El arte en "México en la época antigua y durante el gobierno virreinal", con un breve reconocimiento estético al arte precortesiano, “un arte especial con rasgos de belleza”. En 1927, José Juan Tablada dedicó un amplísimo espacio a los vestigios de las civilizaciones indígenas en su "Historia del arte en México".

Cuando se pudieron ver las artes negras, se pudieron ver las paleolíticas, las precolombinas, las de Oceanía, las esquimales, las de dementes, escribe Luis Cardoza y Aragón. Me llevó algún tiempo disentir de lo anterior. Las paleolíticas llevaron la mano en Altamira, casi al tiempo con las precolombinas en México, luego las artes negras en algún lugar de Montparnasse.

Proceso de construcción del Museo Nacional de Antropología en Chapultepec. Foto: Archivo Pedro Ramírez Vázquez

Artistas de la otra vanguardia

De ahí algunas cosas más. Por ejemplo: el "Método de dibujo. Tradición, resurgimiento y evolución del arte mexicano", de Adolfo Best Maugard, postulado por la Secretaría de Educación Pública en 1923, no obstante que cuanto ahí se propone sea “como para no aprender a dibujar”, como decía el mismo Cardoza y Aragón. De ahí también el gusto por las antigüedades mexicanas entre algunos escritores y artistas de la otra vanguardia, como se refirió José Emilio Pacheco a los empeños de algunos de los nacidos con el siglo.

Angel Zárraga, en París, en los novecientos veinte trató de explicar a Félix Fénéon el hechizo universalista de la colección que entonces se resguardaba el Museo Nacional. Anita Brenner, sin perder de vista ni el peso religioso ni la espiritualidad de los objetos en el Salón de Monolitos de dicho museo, supo apreciar la actualidad de sus formas.

En carta fechada el 20 de noviembre de 1931, luego de una visita al Metropolitan en Nueva York, Frida Kahlo le escribió a su madre: “Sin embargo, después de ver el arte egipcio, el griego, el etrusco, etc., la conclusión que saca uno es que no hay como la escultura mexicana antigua, es de lo mejor o hasta se puede decir que lo mejor del mundo”. Edmundo O’Gorman se tomó tan en serio el desafío estético de la escultura mexica, que ensayó al final de los novecientos treinta sobre “El arte o de la monstruosidad”.

"Fuente de Tláloc", entrada al Museo Nacional de Antropología. Foto: Sinafo, Fototeca Nacional del INAH.

Cronologías

El arte del México antiguo, sus mudanzas permanentes y sus luces, concitaron en aquel país en obra lenta tras la primera revolución social del siglo XX, el interés de dos caracteres: Miguel Covarrubias y Salvador Toscano. El primero, con sus sistemáticas incursiones en Tlatilco y en el sur y occidente de México, reajustó las cronologías al uso a partir de su entendimiento de las formas, mientras que el otro, dio cuerpo a su estudio sobre el "Arte precolombino de México y de la América Central".

Cardoza y Aragón ya tenía unos años en México, cuando en 1944 recibió de la imprenta, con el sello de las Ediciones de "La Serpiente Emplumada", un conjunto de reflexiones centrales: "Apolo y Coatlicue. Ensayos mexicanos de espina y flor". Westheim, quien desembarcara en Veracruz a finales de 1941, en breve entendió que no había más tema que el del arte antiguo de México; fue testigo de la reorganización del Museo Nacional y asistió a la apertura de la Sala de Arte Precortesiano en el Palacio de Bella Artes, y desgajó sus apuntes estéticos en suplementos, revistas y catálogos antes de darles nuevos sentidos y techo más firme en títulos como "Arte antiguo de México" (1951)," La calavera" (1953), "La escultura del México antiguo" (1956) e "Ideas fundamentales del arte prehispánico en México" (1957).

Salas del Museo Nacional de Antropología. Foto: Melitón Tapia, INAH

Arte amerindio

Al descubrimiento del México antiguo, al que se refería Westheim en los novecientos cincuenta, se sumaron asimismo los estudios de Alfonso Caso, Justino Fernández y Walter Krickeberg, como "El pueblo del sol, Coatlicue. Estética del arte indígena antiguo" y "Altmexicanische Kulturen", publicados en 1953, 1954 y 1956. A este mismo tiempo corresponden las pesquisas de Karl Ruppert, J. Eric Thompson y Tatiana Proskouriakoff sobre los frescos de Bonampak. Y el mismo ethos de este descubrimiento, más adelante alentó a George Kubler a indagar la historia profunda del reconocimiento estético del arte amerindio, como lo llamó él.

Todas estas consideraciones sobre el arte del México antiguo, esto es, lo que va de la visión plástica de Revilla a las postulaciones estéticas de Fernández, pasando por las iluminaciones de Covarrubias en "Mexico South" (1946), "The Eagle", "The Jaguar and the Serpent" (1954) y en "Indian Art of Mexico and Central America" (1957), crearon sus sacudidas. Ellas están detrás de la manera en que entonces se imaginó el Museo Nacional de Antropología, inaugurado en 1964.

Y en el mediano plazo, en compañía de las diversas proposiciones de la historia social, estas mismas consideraciones sobre el arte se encargaron de alentar asedios y estudios más demandantes en torno a las llamadas antigüedades y a la propia historia del México Antiguo –la cual es tan inestable como el presente que lo interroga–. Y de los recorridos entre los espectros de esta historia se suele regresar, como le sucedió al propio Cardoza y Aragón, con la certeza de que aquel arte es “más suscitante que el arte del pasado inmediato o el arte de la sociedad en la cual vivimos”.

Por Antonio Saborit