Pues ya sucedió, queridos lectores: Donald Trump impuso aranceles a casi todo país habitado y habitable, y de paso a uno que otro en que sólo hay pingüinos (las islas Heard y McDonald). Las excepciones son notables: Rusia, Corea del Norte y Cuba no aparecieron en las bastante tontas listas del neoproteccionista, porque ya están sujetos a numerosas sanciones económicas. Los pingüinos no tuvieron esa suerte, les toca un arancel general del 10%.
Las reacciones han sido variopintas: mientras la Unión Europea analiza represalias específicas, que no ha anunciado, deja entrever que no desea entrar en una guerra arancelaria. En Canadá suenan ya los tambores que llaman al combate, al menos al político, con una campaña de boicots turísticos y comerciales que parece bastante orgánica, mientras que su gobierno lanza una campaña publicitaria en diversas ciudades estadounidenses denunciando y criticando los aranceles.
Naciones asiáticas pequeñas imploran a Trump reconsiderar o anuncian la cancelación de sus propios aranceles a productos estadounidenses, lo cual no ha tenido aún el efecto deseado, mientras que otros, México entre ellos, mantienen la cabeza fría y buscan minimizar el impacto económico.
China no se anduvo por las ramas y anunció represalias comerciales espejo que sacudieron al mundo y enfurecieron a Trump, quien amenazó con aún mayores aranceles a China, lo que colapsó a los mercados asiáticos y europeos. Y como en Beijing no les gusta que los traten así, respondió rápidamente limitando algunas exportaciones clave (minerales estratégicos), así como investigaciones y auditorías a filiales de empresas estadounidenses. Detuvo también la venta de TikTok a un grupo de compradores en EU y ha empezado a restringir movimientos de maquinaria y técnicos de multinacionales basadas en China a otros países de la región.
Es el caso del mayor proveedor de Apple, Foxconn, que se ha visto impedido para trasladar algunas operaciones a la India. Así, mientras unos buscan negociar, otros suplican y algunos siguen midiendo el impacto de la andanada trumpiana, muchas empresas tratan de buscar soluciones o paliativos por sus propios medios. Y tanto abogados como contadores y fiscalistas se preparan para hacer su agosto en abril, buscando maneras de aminorar la carga impositiva mediante todo tipo de tácticas y triquiñuelas. En su defensa, los pingüinos no han recurrido, hasta el momento, a ninguna treta o amenaza.
Pero la experiencia indica que es muy difícil, si no es que imposible, llegar a acuerdos duraderos con el señor Trump, por lo que tendremos que hacernos a la idea de que sí, un hombre puede aventar una llave de tuercas dentro de la intrincada maquinaria de la economía mundial y, como diría mi abuelita, desconchinflar todo. ¿Eso qué quiere decir?
Probablemente el fin de un sistema que bien o mal funcionó durante más de medio siglo y al que todos le entendían. ¿Era el mejor? Seguramente no, pero -como decía Churchill- era el menos peor. Ahora, a ver qué es lo que viene.
POR GABRIEL GUERRA CASTELLANOS
GGUERRA@GCYA.NET
@GABRIELGUERRAC
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