Columna invitada

El vacío opositor

Por ello, aunque el PRI calculaba que ni el PAN ni el PRD eran amenazas inmediatas, tomaba nota de sus posicionamientos, y no pocas veces adaptó su agenda

El vacío opositor
Guillermo Lerdo de Tejada / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

En la época de la hegemonía priista, la oposición era marginal, pero no irrelevante ni tenía un rechazo social generalizado. En la hegemonía lopezobradorista, la oposición es ambas cosas. Durante décadas, el PAN participaba en elecciones con la certeza de perderlas; por muchos sexenios, sus legisladores, en minoría, influían poco en las votaciones del Congreso. Sin embargo, el PAN sí representaba a una parte de la ciudadanía, entre ellas las crecientes clases medias que, a diferencia de sectores como el campesino u obrero, el PRI nunca logró integrar al sistema corporativo ni conquistar políticamente. Algo similar ocurrió cuando, desde 1988, las izquierdas se aglutinaron en torno al bloque que se convertiría en el PRD.

Por ello, aunque el PRI calculaba que ni el PAN ni el PRD eran amenazas inmediatas, tomaba nota de sus posicionamientos, y no pocas veces adaptó su agenda para atender las expectativas de los sectores que simpatizaban con la oposición. Es decir, incluso en sus momentos de mayor debilidad, aquella oposición influía indirectamente, obligando al régimen a adoptar parte de sus demandas por pragmatismo. Esto fue posible porque contaban con representación social real, liderazgos creíbles, cierta consistencia ideológica que los distinguía del régimen y programas suficientemente concretos que ofrecían una visión alternativa de país.

Tras su derrota en 2018, los partidos tradicionales quedaron pulverizados, sin credibilidad ni agenda a lo largo del sexenio. Y, aun así, al menos se les oía y veía. Su discurso antiobradorista resultó insuficiente, pero con todas sus limitaciones, constituía un eje narrativo. Se emprendió un proceso inédito de alianzas que logró avances en las elecciones intermedias de 2021, y aunque fracasó en 2024, al menos representó un intento de organización. Acompañaron las movilizaciones en defensa del INE y la Corte, con oportunismo, sin duda, pero lograron un breve reencuentro entre esos partidos y la ciudadanía, lo que se tradujo en cierta unidad de propósitos.

En el sexenio actual, la oposición es ya absolutamente intrascendente. Si con AMLO hubo incapacidad para recomponer su discurso, liderazgos y programas, ahora ni siquiera hay intención de hacerlo. Si antes lo que propusiera importaba poco, hoy ni siquiera hay propuestas. Si antes su voz sonaba débil, hoy su silencio resuena con fuerza. No hay un solo tema -de los innumerables que aquejan al país, desde la inseguridad hasta la economía- en el que la oposición refleje anhelos populares o diga algo más allá de frasecillas trilladas en redes sociales o conferencias de prensa irrelevantes. Es cierto que hay perfiles opositores con talento y convicciones, pero son excepciones.

El PRI y el PAN son partidos en descomposición que no representan a nadie más que a sus dueños: Alejandro Moreno y el grupo de Jorge Romero, cuyo único interés es exprimir el financiamiento público hasta que la estructura colapse, como ocurrió con el PRD. Los pocos militantes que les quedan, en su mayoría, solo esperan si les toca algo de los despojos en forma de una candidatura plurinominal o prebenda. Cuando eso ya no sea posible, muchos terminarán afiliándose a Morena.

Movimiento Ciudadano (MC) es ya el partido no oficialista con mayor preferencia, según mediciones recientes. Ha sabido diferenciarse de los partidos tradicionales y construir una identidad propia, especialmente entre sectores jóvenes y urbanos. Pero explícitamente ha dicho que no desea ser oposición. Su proyecto es ser una alternativa progresista del lopezobradorismo (“la verdadera izquierda”), al que muchas veces termina defendiendo y respaldando desde sus gobiernos, como el de Nuevo León.

Morena no podría imaginar una oposición más cómoda: PRI y PAN están tan desgastados y sus liderazgos, desacreditados, lo que permite al régimen seguir culpándolos de los problemas actuales y, en última instancia, presionarlos con sus expedientes. MC, por su parte, ha optado por un camino propio que le ha permitido crecer, pero hay dudas sobre hasta qué punto quiere y puede convertirse en un verdadero contrapeso, pues su ambigüedad en diversos temas de la agenda lo deja en una posición de comodidad más que de desafío.

Si los partidos opositores no tienen respaldo social ni una agenda propia, ¿qué motivación tendría el régimen para tomar en serio sus reclamos?

Ante la captura de los contrapesos al poder ejecutivo (la Corte, el INE, los organismos autónomos, etc.), el mecanismo natural para transmitir las demandas de la población no oficialista serían los partidos. Sin embargo, como estos no existen en los hechos para auditar o presionar al gobierno, parece que solo tendrán capacidad de negociación aquellos grupos organizados que, más que buscar ser una alternativa, busquen acomodos electoralmente funcionales al propio gobierno. Antier, por ejemplo, la presidenta retiró la iniciativa de reforma al ISSSTE por las acciones de la CNTE, no porque la oposición partidista haya aglutinado la resistencia social. Ahí estamos.

POR GUILLERMO LERDO DE TEJADA SERVITJE

COLABORADOR

@GUILLERMOLERDO

MAAZ

 

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