El título de este artículo evoca una famosa película de 1990, “Europa, Europa”, en la que se narran los sufrimientos de un niño judío alemán durante la Segunda Guerra Mundial, que primero finge ser católico para salvar la vida durante el régimen nazi, y después, también para sobrevivir, se enrola en el ejército soviético, cuando éste ocupa Alemania. Esa película es una metáfora del actual ambiente de conflicto y polarización que se vive en el viejo continente por la invasión de Rusia a Ucrania. Las naciones de Europa central, occidental, bálticas y nórdicas tienen que decidir si pueden unirse para hacerle frente a Rusia, sin contar con Estados Unidos.
No está fácil. Los europeos se mal acostumbraron. Durante ocho décadas prefirieron la hegemonía estadounidense que la independencia. Mejor el sometimiento al vencedor de la guerra, con el ropaje de aliado, que el riesgo de despertar viejas rencillas nacionalistas, que los llevaron a docenas de guerras fratricidas, incluyendo las dos guerras mundiales del siglo pasado.
Los europeos llevan ochenta años de depender del paraguas nuclear y la seguridad militar que Estados Unidos les ha ofrecido en el marco de la OTAN. Han sido lustros en que aceptaron dócilmente las doctrinas de disuasión nuclear de Estados Unidos, con la instalación de misiles de ese país en Alemania, Bélgica, Italia, los Países Bajos y Turquía. Todo para hacer frente a la amenaza que en su momento representó la desaparecida Unión Soviética, ahora renacida con la Rusia de Putin.
Europa supo aprovechar mejor que nadie los beneficios de la “Pax Americana”, que por fin le trajeron paz, estabilidad y una prosperidad económica sin precedente. Un crecimiento que hizo posible una significativa elevación de los niveles de vida de sus poblaciones. Los gobiernos tuvieron recursos para el gasto social, sin tener que destinar grandes presupuestos a la defensa de sus países. Un periodo extraordinariamente largo que les permitió crear y ampliar gradualmente las instituciones europeas. La Unión Europea es hoy una de las tres potencias económicas del mundo, solo comparable a China y Estados Unidos. El euro es la segunda moneda mundial de reserva, después del dólar.
Por esa razón, el retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos también es una pesadilla para las naciones europeas. Su aliado histórico ha hecho explícito su desapego, y en ocasiones abierto desprecio, hacia ellas. Está convencido que la Unión Europea, y en particular el euro, fueron creadas para debilitar a su país. Con esa mentalidad, ya les lanzó una abierta guerra comercial con la imposición de aranceles a sus exportaciones de acero y aluminio, que seguramente serán ampliados a todos los sectores el próximo 2 de abril.
Trump chantajea a los europeos con insinuaciones de que podría abandonar la OTAN. Su mensaje es inequívoco: Estados Unidos no seguirá cargando con el grueso de los gastos de la defensa europea. Ahora exige que sus antiguos aliados destinen el 5% de su PIB al gasto en armamentos, un porcentaje que no alcanza ningún miembro de la OTAN, incluido Estados Unidos. La mayoría de los europeos destinan actualmente el 2% de su PIB al gasto armamentista. Pero la presión de Trump posiblemente lleve a un compromiso, en la cumbre de la OTAN de junio próximo, de destinar el 3% del PIB a las armas.
La pretensión de Trump de negociar directamente con Putin el fin de la guerra en Ucrania, sin tomar en cuenta a sus aliados europeos, es un amargo despertar a un nuevo mundo. Estados Unidos, en lugar de seguir oponiéndose a la pretensión de Putin sobre los territorios ucranianos que ha ocupado, prácticamente ya le dijo que sí, que puede hacer permanentes sus conquistas territoriales. Con razón, los europeos ven con horror diluirse un sistema internacional basado en reglas, y el surgimiento de un mundo controlado por “hombres fuertes”, como Putin, Xi Jinping y ahora Trump, igual que en el pasado lo fueron Hitler y Stalin, que se reparten los territorios de otras naciones para hacerse de recursos estratégicos, y definir sus propias “áreas de influencia”.
La gran pregunta es si los europeos, con los enormes recursos económicos, científicos y tecnológicos que poseen, lograrán unirse para transitar a la nueva etapa de su historia como una entidad fuerte, sólida y unida. La prueba será si logran crear una fuerza armada europea, independiente de Estados Unidos, para disuadir a Rusia. Es una obra hercúlea que requiere mucho tiempo, al menos una década, pero, sobre todo, un enorme liderazgo. Hoy, no se ven líderes europeos con estatura suficiente para encabezar ese esfuerzo. Pero así es la historia. Las figuras más importantes del siglo XX europeo, como Churchill o De Gaulle, surgieron en los momentos de grandes crisis, como sin duda es la actual.
*MIGUEL RUIZ CABAÑAS ES DIPLOMÁTICO DE CARRERA Y PROFESOR EN EL TEC DE MONTERREY
@miguelrcabanas
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