Pocos como él, conocedores de la antropología social. Se perdía las semanas y los meses en las comunidades. Redescubrió para propios y extraños el sentido del habla de los Kiliwa, los Kumiai, los Pai Pai y los Cucapahs: los grupos originarios del norte de la Baja California.
Gracias al apoyo del Rector Cárdenas, la Universidad de Baja California hizo posible la investigación y luego la edición, a fines de los setentas, de la primera y única memoria gráfica de esas lenguas, mismas que, actualmente están en proceso de extinción.
Era sorprendente ver cómo Jesús Ángel se encontraba con los últimos hablantes -los abuelos- e iba destrabando las leyendas y los saberes de los ancianos centenarios de esas comunidades, cuyos ancestros, quienes venían del norte, se quedaron atorados en el estuario del Río Colorado y otros en las montañas de la región.
Jesús Ángel, para sus amigos “el antropólogo”, ejercía la docencia con un grupo de alumnos universitarios quienes se iban sumando a su trabajo. Y así ideó el museo de las culturas originarias de Baja California que se estableció en un edificio abandonado por los rumbos del viejo Mexicali.
Célebres los días de reconstrucción del esqueleto de una ballena y de una localidad originaria a base de chozas de varas de cachanilla y barro. Lo recuerdo como un paciente mentor, que me ayudó a construir mi tesis, dedicada a la educación para niños migrantes en California. También, cuando él participó en los primeros programas de la incipiente “Radio Universidad”, también en los años setentas.
En un arranque de regionalismo, dejó la Baja y se fue a su natal Sinaloa a fundar la Universidad de Occidente. Eran los días en que la universidad de ese estado fue asaltada por un grupo de seudo estudiantes que atoraron la docencia por un largo periodo. Allá se quedaron sus años postreros, pero sus contribuciones se recuerdan por imperecederas.
POR ANTONIO MEZA ESTRADA
COLABORADOR
YERBANIS33@GMAIL.COM
MAAZ